Conocer nuevas filmografías en Cine y Pediatría siempre es un placer. Porque hay cine mucho más allá de Estados Unidos y Europa, aunque del resto de países lleguen a cuentagotas a la cartelera (y es posible que las plataformas televisivas hayan abierto algo más este espectro). Y hoy visitamos Israel, cuyo cine – claro está – es anterior a la fundación del Estado de Israel en 1948. Tras la independencia, el realizador más destacado es Amos Gitai, si bien ha sido la primera década del siglo XXI la más pródiga en producciones y premios y la que ha abierto el camino a que sus películas sean difundidas en otras fronteras. En Cine y Pediatría ya hemos revisado dos films: Mis hijos (Eran Riklis, 2014), cuando los conflictos entre judíos y árabes se traslada a nuestra fratria, y La profesora de parvulario (Nadav Lapid, 2014), una reflexión sobre cuando se superan las fronteras entre docente y dicente. Y hoy llega Asia (Ruthy Pribar, 2020), en lo que es un crudo relato sobre el vínculo entre madre e hija a partir de una enfermedad terminal, drama intimista hasta los límites del sufrimiento y la redención.
Asia (Alena Yiv) es una madre soltera e inmigrante rusa de 35 años, enfermera en un geriátrico de Jerusalén, cuya maternidad ha sido más una lucha que un instinto. Haber tenido a su hija cuando aún era adolescente marcó desde el principio su relación con Vika (Shira Haas, esta pequeña gran artista que nos sorprendió en la miniserie alemana Unorthodox y en la israelita Shtisel), a la que ha criado sola. Viven juntas, pero con un distante contacto entre sí: Asia se concentra en su trabajo y en intentar compañía masculina en sus escasos ratos de ocio, mientras que Vika se pasa el día con sus amigos, buscando vivencias propias de su adolescencia alrededor del skate. Y un día Vika tiene que ser llevada a urgencias tras perder la conciencia, por lo que entonces intuimos que algo acaece con su salud: “Sabes que no puedes beber con tu medicación”, le dice la madre. La enfermedad nunca se nombra, pero sus rutinas de vida cambian cuando la salud de Vika empieza a deteriorarse.
“Sus capacidades motrices se están deteriorando poco a poco. Su respiración puede tardar años en verse afectada, pero lamentablemente podría ocurrir antes de lo esperado”, le dice el doctor a Asia. Y ella le argumenta a su hija: “Buscaremos una segunda opinión. Siempre hay opciones”. Porque, a partir de ahora, Asia debe convertirse en la madre que su hija necesita desesperadamente y la enfermedad degenerativa se acaba convirtiendo en una oportunidad única para reflejar el amor que une a esta pequeña familia. Y con confesiones muy íntimas, como ese pesar de Vika a morir virgen, a lo que su madre le contesta: “No sobrestimes eso. Ya sabes, lo que ellos tienen entre las piernas no es para tanto. Lo único valioso que obtuve de un hombre eres tú”. Y no hace falta entender que el valor fundamental recae en la interpretación y química entre las actrices es el sostén y valor de esta historia, donde gestos y reproches describen el afecto sin necesidad de explicaciones innecesarias. Simple y contundente.
Porque la enfermedad nunca es nombrada, pero cabe entender que sea una ELA, acrónimo de la cruel esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular, que se origina cuando las motoneuronas disminuyen gradualmente su funcionamiento y mueren, con lo que se provoca una debilidad y parálisis muscular progresiva de pronóstico mortal. En Estados Unidos también se conoce como enfermedad de Lou Gehrig (por el famoso jugador de béisbol retirado por esta enfermedad en 1939), y en Francia como enfermedad de Charcot (uno de los pioneros de la neurología). La persona más famosa y más longeva con ELA ha sido el físico Stephen Hawking, quien sobrevivió 55 años con la enfermedad; pero han sido muchos los famosos que han dado relevancia a esta enfermedad, y quizás la última cara conocida en España sea Juan Carlos Unzúe, exfutbolista y exentrenador del F.C. Barcelona. Es posible que Vika padezca esta enfermedad neurodegenerativa o quizás otra, pero el solo hecho de no nombrarla nos indica que se convierte en un aspecto circunstancial y que la esencia está en la relación madre-hija. Porque para entender la ELA ya existen películas más concretas como Martes con mi viejo profesor (Mick Jackson, 1999), Jenifer (Jace Alexander, 2001), Jason Becker: aún sigo vivo (Jesse Vile, 2012), La teoría del todo (James Marsh, 2014), Nunca me dejes sola (George C.Wolfe, 2014) o Gleason (J. Clay Tweel, 2016), entre otras.
Y somos testigos como a la vida de Vika llega la cama articulada, la silla de ruedas, las medidas de soporte respiratorio,…y la muerte. Para la actriz Shira Haas, quien fue diagnosticada con cáncer de riñón a los 2 años y vio afectado su crecimiento como resultado de sus tratamientos de quimioterapia, el rol presentaba un desafío único. Dijo haber leído a Elizabeth Kübler-Ross - psiquiatra y escritora suizo-estadounidense, una de las mayores expertas mundiales en la muerte, y los cuidados paliativos - sobre las cinco etapas del duelo: desde la negociación hasta la depresión, la ira, la negación y la aceptación final. Además, la guionista y directora Ruthy Pribar basó la historia en la muerte prolongada de su propia hermana años atrás y después de haber recordado la devoción incansable y desinteresada de su madre durante ese período.
Asia es el continente más grande y poblado del mundo, pero también un nombre de mujer poco común que nos transmitirá una tristeza y resistencia tan vasta como el continente que atesora su nombre. Y en una película poco común con una fuerte presencia femenina, tanto detrás como delante de cámara: además de la guionista y directora (en lo que es su ópera prima en el largometraje), también son mujeres la directora de fotografía, la editora y estas dos actrices protagonistas Yiv/Asis y Haas/Vika que centran la historia y el mensaje. Y el espectador, entonces, se convierte en un observador privilegiado de una situación tan dolorosa como inevitable. Con un final tan simple como contundente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario