Es innegable el derecho del niño a vivir con su familia, pero en determinadas circunstancias, y siempre atendiendo al “interés prioritario del menor”, es necesario buscar una nueva familia, formalizando una medida de protección de carácter temporal (acogimiento) o definitiva (adopción). La finalidad tanto de la adopción como de la acogida es conseguir que los niños y niñas que están en situación de desamparo vivan en un entorno seguro, ya sea de forma temporal o definitiva. Pero cabe diferenciar entre ambos conceptos, pues tienen finalidades distintas.
El propósito de la acogida es cuidar temporalmente a un niño dándole el apoyo, el afecto y cuidados que necesita y facilitar que en algún momento pueda volver con su familia biológica si las circunstancias de ésta lo permiten; por tanto, la familia de acogida desempeña el cuidado del menor, de manera temporal comprometiéndose a ocuparse no sólo de su sustento sino también de su formación personal y educativa, hasta que el menor pueda regresar con su familia biológica. El acogimiento puede ser residencial o familiar: en el residencial el niño está una institución y la tutela es de la administración; en el familiar, la custodia está en la familia, pero la tutela siempre es de la administración. Su objetivo final es el de retornar el menor a su familia, para lo que es necesario mantener el contacto mediante las visitas. Hay acogimientos temporales y acogimientos permanentes hasta que el menor pasa a ser mayor de edad. Por el contrario, la adopción tiene un carácter definitivo, dado que es un proceso legal mediante el cual una persona llega a ser un miembro legal de una familia diferente a aquella en que nació. En la adopción son los padres quienes tienen la tutela, guardia y custodia del menor; y tienen las mismas obligaciones que con cualquier hijo biológico, sin diferencia.
Son habituales las películas que versan sobre la adopción, pero menos frecuentes las que abordan el acogimiento familiar. En Cine y Pediatría ya hemos podido revisar varios films en que el acogimiento es un tema presente, como la película checa Kolya (Jan Sverák, 1996), la película estadounidense La buena mentira (Philippe Falardeau, 2014), la película francesa La escuela de la vida (Nicolas Vanier, 2017) o la película sueca Conociendo a Astrid (Pernille Fischer Christensen, 2018), pero donde cabe destacar dos películas españolas donde el acogimiento es un asunto nuclear: La vergüenza (David Planell, 2009) y Marsella (Belén Macías, 2014).
Y a estas dos películas españolas que se sumergen sobre las familias de acogida, se suma hoy con la película francesa Una familia verdadera (Fabien Gorgeart, 2021). Todo comienza como unas joviales vacaciones de familia y con amigos. Piscina, tenis de mesa, música y bailes. Aquí conocemos a la pareja de Anna (Mélanie Thierry) y Dries con sus tres hijos, si bien el más pequeño, de seis años, Simon (Gabriel Pavik), en realidad es un niño de acogida. Y ahora es cuando la jueza les comunica que el padre biológico quiere recuperar la custodia del pequeño, lo que causa un terremoto en la familia, pues le acogieron con 18 meses y forma parte de la familia. Una familia amorosa que juega con sus hijos, comprensiva hasta en la rebeldía del preadolescente, que celebran con alegría los cumpleaños, que va a misa y reza, como lo hace Simon antes de acostarse para que sus hermanos Adrien y Jules, también a Dries y su mamá duerman bien. Amén.
Y este cambio en la vida de Simon no es de su agrado, pero menos a Anna, aunque tenga que disimular. Y comienzan los cambios sugeridos por la jueza, con mucho dolor al decirlo: “Hemos decidido que deberías dejar de llamarme mamá”. Y a las preguntas de ¿por qué? de Simon, las respuesta son más dolorosas: “Porque a tu padre le duele...Porque no soy tu verdadera madre”. Y su respuesta es muy sincera: “Quiero llamarte mamá. Al menos lo haré en mi cabeza”. De momento, se prolongan las estancias de fines de semana con su padre biológico, quien parece un padre cariñoso, aunque el niño comienza a tener pesadillas. En esta nueva situación Anne adopta una posición algo distante, pues aunque es el padre biológico, no puede olvidar que le separa ocasionalmente de su lado, incluida las Navidades. Y es entonces cuando desatiende las llamadas de la jueza mientras pasan esas fiestas en la nieve con Simon, unas maravillosas Navidades de familia porque Simon le pidió a su padre que quería ir a la nieve y éste lo consintió.
Porque Anna es incapaz de dejar marchar al niño tras su paso por el acogimiento durante estos años. Y una decisión judicial hace que la felicidad del pequeño quede sometida a las decisiones de los adultos: por un lado, un padre que desea recuperar a su hijo (la madre del niño ya falleció) y, por el otro, Anna, quien no siendo la madre es quien le ha criado y a quien llama “mamá. Pero, ¿qué es lo mejor para Simon? Esta es la incógnita que plantea esta sensible, empática y humana película. Y realizada con la mesura que lo hace el cine francés… Porque hay muchas formas de contar esta historia. Cada país es posible que utilizara una modalidad, pero el razonamiento moral que desprende el cine francés es muy alentador.
Finalmente la jueza asigna a Simon a otra familia, al darse cuenta que Anna no considera que lo mejor para Simon sea que vuelva con su padre. Y por orden judicial les corta los lazos. Y el dolor llega a todos cuando Simon acude a un hogar de acogida comunitario con animales de convivencia, una especie de granja educativa. Y al grito de “Mamá” y entre lágrimas se despiden. Todo intenta volver a la normalidad, pero la pregunta de la hermana cuando le ven en la distancia en un centro comercial es clara: “¿Habrán visto la misma película que nosotros?”.
Una Familia verdadera es una cinta que transmitirá la sensación que muchos padres de acogida viven en la vida real. Se sabe que la aparición de los padres biológicos es el principal riesgo que una pareja tiene cuando en ese proceso de acogida se plantean poder adoptar a un niño. Y es así como este film con buenas intenciones se estrenó en Francia después de numerosas noticias en los periódicos sobre madres de acogida en que se plantearon situaciones similares a las que aquí ocurren entre Anna y Simon, en una buena actuación actoral la veterana Mélanie Thierry y el pequeño Gabriel Pavik, sorprendentemente espontáneo en su papel. Aquí se muestra que la mayoría de estas familias hacen mucho bien, pese a las dificultades para conseguir que niños con problemas tengan una vida normal.
En España, existen más de 40.000 menores en situación de desprotección. El acogimiento familiar es uno de los recursos de protección posibles para que los niños que se encuentran en situación de riesgo o de maltrato puedan ser retirados de sus familias. Cuando la situación es tan grave como para impedir que los padres biológicos se hagan cargo de los menores indefinidamente, pueden acabar siendo adoptados por una nueva familia. Tanto la adopción como el acogimiento ofrecen a estos niños la oportunidad de crecer en un entorno seguro, responsable y emocionalmente adecuado a las necesidades del niño, pero implican algunos problemas éticos relacionados con la definición del interés superior del menor. El cine se acerca a alguno de estos problemas éticos; incluso, aunque, como en nuestra película de hoy, se trate de una familia verdadera.
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