Robert Frost es considerado como uno de los fundadores de la poesía moderna en Estados Unidos, capaz de expresar con sencillez filosófica y profundidad sentimental la vida y emociones del ser humano, él cuya vida estuvo plagada de dolores y pérdidas. Suyo es el poema “Fireflies in the garden” que termina así:
“…Volaste hacia la luz
quedé exhausto, sin caricias.
Lloré y la lluvia arrebató mis lágrimas.
Un sol helado caliente tu ausencia.
Robo besos al recuerdo que en
sueños pongo en tus labios.
¡Te hecho de menos!
Vuelvo al lugar de nuestro amor,
el silencio aprisiona mi corazón,
lo rompe el gemir de una bisagra oxidada.
Miro tras el cristal y ya no queda nada,
tan solo puedo ver, las luciérnagas en el jardín”.
Y este poema es un elemento nuclear en la película homónima, Luciérnagas en el jardín (Dennis Lee, 2008), melodrama familiar que es la ópera prima de su director y para el que contó con un buen elenco actoral. Donde se nos narra en el presente y pasado de la familia Taylor, prototipo de familia americana que han alcanzado su sueño, pero un sueño que se nos devuelve como una pesadilla. Allí donde Lisa (Julia Roberts), la madre, se acaba de graduar después de pasar décadas criando a sus dos hijos, y su marido Charles (Willem Dafoe) es un experimentado profesor en camino de convertirse en rector de la universidad en la que trabaja y que se abre camino como novelista. Michael (Cayden Boyd de niño y Ryan Reynolds de adulto), el hijo mayor, se ha convertido en un reconocido escritor de novelas románticas, mientras que su hermana Ryne (Shannon Lucio) ha sido aceptada en una prestigiosa escuela de derecho. Pero cuando un desgraciado accidente les sacude, la familia tiene que enfrentarse esta repentina pérdida en la que afloran los fantasmas de la infancia de Michael, en la que aparecen también su compleja pareja, Kelly (Carrie-Anne Moss), y Jane (Hayden Panettiere de joven y Emily Watson de adulta), la hermana de su madre, en realidad una tía de casi su misma edad con la que mantuvo una relación especial en su infancia y que ahora vive en su casa con su marido y sus dos pequeños hijos, Christopher (Chase Ellison) y la pizpireta Leslie (Brooklyn Proulx).
Todos los fantasmas de Michael rondan alrededor de su severo padre, irascible y severo, quien escribe las reglas de comportamiento a sus hijos y que les sermonea así: “Mi padre solía decir que si no cuidas una cosas, no mereces tenerla”. En realidad un pensamiento que tendría como mejor receptor a él mismo, pues Charles acaba por entender muy al final que su forma de ser le ha hecho perder el respeto y cariño de los suyos; en algún momento su esposa se lo deja claro: “Siento que no te hayan hecho fijo. Siento que nadie quiera comprar tu libro. Siento que ser marido y padre no sea bastante para ti”.
A lo largo de la historia, con continuos flashbacks a la infancia, Michael intenta responder a muchas preguntas pendientes que le provocan desazón aún a día de hoy: por qué su padre fue así en su educación, llegando a los malos tratos físicos y psicológicos hacia él, por qué su amorosa madre buscó refugio en otro hombre, por qué se mantiene la tensión emocional con su tía, que en su juventud fue un espíritu libre,… Y muchas de esas preguntas y muchos de sus fantasmas que atenazaron su infancia y adolescencia considera que deben formar parte de su última novela, por nombre el del mismo poema que un día recitó y por el que sufrió un severo castigo: “Fireflies in the garden”. Y por ello Jane le espeta: “Eres un desecho humano. Todo lo que tocas se convierte en mierda. ¿Por qué no lo cuentas en tu libro?”. Porque ese libro era su particular venganza, pero que finalmente decide quemarlo y no profundizar en una llaga que nunca sanará si sigue por ese camino.
Y es así como esta modesta película llena de estrellas actorales, viene a acompañar los versos de Frost, quien hablan de otra clase de estrellas: de las que iluminan la noche. Y cierto es que, aunque un buen elenco sea bastante, el resultado no es necesariamente un cielo estrellado en esta cinta que intenta conseguir que pasado y presente confluyan para modelar el drama íntimo de una familia que intenta reconstruirse entre viejos traumas y verdades apenas entrevistas. El reto no era fácil, traducir en una historia concreta lo que los versos de Frost apenas expresan entre metáforas y rimas, una tarea infrecuente en el cine. Como anécdota, cabe recordar que ésta la segunda vez que en el cine se recurre a los poemas del poeta estadounidense para inspirar una película; la ocasión previa fue en el curiosísimo film Teléfono (Don Siegel, 1977), en el que Charles Bronson protagonizaba una interesante trama de espionaje junto a Lee Remick.
Es posible que Luciérnagas en el jardín no sea la película redonda que se merecía tal poema, pero sí cabe reseñar un acertado uso de las elipsis alternado dos épocas distintas y una excelente banda sonora de Javier Navarrete, este compositor turolense que ha intervenido en la B.S.O. de un buen número de películas, y en donde podemos destacar sus dos colaboraciones con Guillermo del Toro en El espinazo del diablo (2000) y el El laberinto del fauno (2006), dos películas centradas en la mirada inocente de la infancia ante la Guerra Civil Española y su postguerra.
Prosa y poesía en las relaciones un hijo y su padre que nos ha devuelto en cine, y que hemos visitado ya en Cine y Pediatría desde muchos prismas en títulos como
Ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica, 1948), Carreteras secundarias (Emilio Martínez-Lázaro, 1997), Rómulo, mi padre (Richard Roxburgh, 2007), Paraíso oceánico (Xue Xiaolu, 2010), Con todas nuestras fuerzas (Nils Tavernier, 2013), Little Boy (Alejandro Monteverde, 2015) o Tu hijo (Miguel Ángel Vivas, 2018). Y al que hoy se suman las luciérnagas…
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