Elem Klimov fue un director de cine soviético que nació en Stalingrado (hoy Volgogrado) en 1933 en una familia tan comunista que eligieron para su primer nombre un acrónimo derivado de los nombres de Engels, Lenin y Marx. Estudió en el prestigioso Instituto Pansoviético de Cinematografía (conocido por las siglas VGIK) y estuvo casado con la también directora de cine Larisa Shepitko. En su extensa carrera cinematográfica dirigió comedias oscuras, largometrajes históricos y películas para niños. Y a estas últimas vamos a desviar nuestra mirada para conocer algo mejor a este peculiar cineasta.
Comienza su carrera en el cine con varios largometrajes alrededor de la infancia: El novio (1960), donde una niña sufre por no poder resolver un examen de aritmética y un compañero de clase, comprensivo con ella, intenta ayudarla; Look, the Sky! (1962), donde unos estudiantes en sus vacaciones de verano y a escondidas de los adultos, construyen un cohete en un antiguo granero para que uno de ellos vuele al espacio; y Tous les enfants du monde (1964), cuatro historias sobre la infancia en Rusia, Francia, Japón y Marruecos, en el que Klimov comparte dirección con Mario Marret, Kenzô Kubokawa y André Michel. Pero especial importancia tiene su ópera prima en el largometraje, Bienvenidos, o prohibida la entrada a los extraños (1964) y la película por la que es principalmente conocido, Masacre. Ven y mira (1985). Y a ellos conviene dedicar un apartado especial.
- Bienvenidos, o prohibida la entrada a los extraños (1964)
El primer largometraje de Elem Klimov es una atrevida comedia juvenil en blanco y negro, una película problemática para la época y que pudo estrenarse gracias a la dimisión de Nkita Krushchev como líder del partido soviético, quien no veía la película con buenos ojos debido a su lectura irónica de la opresión soviética. Porque en ella se hace comedia satírica alrededor de las excesivas restricciones que sufren unos niños en sus vacaciones en un campamento de jóvenes pioneros subyugados por la ideología imperante.
Comienza el film con sones militares y esta dedicatoria inicial: “Este fin está dedicado a los adultos que fueron niños y a los niños que un día serán adultos”. Luego, con cantos infantiles nos presentan el campamento done transcurre nuestra historia, allí donde pasaran el verano 263 chicos y chicas. Y tras el baño en el mar notan que un niño se ha escapado a una zona prohibida de paso a una isla: es nuestro protagonista, Kostja Inockin (Viktor Kosykh), quien es expulsado por saltarse la disciplina. Pero en lugar de regresar a casa de la abuela, decide volver al campamento y esconderse, y sus compañeros le ayudan: “Así es como Kostja Inockin pasó a la ilegalidad”.
Entrañable y simpática película con centenares de niños y niñas que hay que leer en clave de parodia a un modelo de sociedad que se empeña en controlarlo todo, pero que, pese a las órdenes y preceptos de carácter marcial, se impone la vitalidad de unos niños que la única regla que conocen es la de la felicidad. Y los adultos son la otra parte del espejo, allí donde aparece el recio director Dynin (Yevgeniy Yevstigneyev), obsesionado con la disciplina y con que todos ganen peso, la doctora (Lydia Smirnova) preocupada por los contagios, la joven supervisora Valentina, etc. Y entre los juegos de los niños y niñas se intentan propagar las enseñanzas de disciplina como mensajes en el comedor del tipo “Cuando como, soy sordo y mudo”.
Se acerca el Día de los Padres y también acudirá la abuela de Kostja. Para intentar que se disguste cuando se entere de la expulsión de su nieto, intentan boicotear la celebración, pero no lo logran. Se acumulan las escenas divertidas, con especial hincapié en aquellas que son imaginadas por nuestro protagonista, como la de la transfusión de Kostja al director. Y a medida que transcurre la historia vamos entendiendo a los distintos pequeños protagonistas, incluido el que siempre pregunta a todos los demás: “¿Qué hacéis aquí?”.
Finaliza la película con la escena de Kostja volando hacia la isla y luego su abuela, como ya nos mostrara Vittorio de Sica años antes en Milagro en Milán. Y finaliza de forma muy simpática con ese niño que pregunta, y que nos mira a la cámara y nos dice: “Y vosotros, ¿qué hacéis aquí? La película se acabó”.
- Masacre. Ven y mira (1985)
Se considera ya una de las grandes películas bélicas de la historia, que fuera estrenada y premiada en el Festival de Venecia. Un proyecto que nació como un encargo para celebrar el 40 aniversario de la victoria aliada pero que, gracias a la prodigiosa dirección de Elem Klimov, se ha convertido en todo un referente antibelicista que nos muestra la crudeza de la guerra en su faceta más brutal a través de los ojos de un joven partisano de la resistencia bielorrusa. El escritor Alés Admóvich, mentor de la ganadora del Nobel, Svetlana Alexievich, fue máximo responsable del guion, basado en sus propias experiencias de niño, cuando fue testigo de las barbaridades que perpetraron los nazis en las aldeas de Bielorrusia.
Una historia que nos traslada al año 1943 en Bielorrusia. Y que bajo la hermosa música de Mozart nos va a hacer testigos del horror en mayúsculas. El horror en la cara de un niño, Flyora (Alekséi Krávchenko), quien tras las vivencias vividas acaba con la faz de un anciano lleno de ira y dolor. La historia comienza con dos niños que escarban en la arena de la playa entre los restos de la guerra; van vestidos con ropas militares y tienen un comportamiento extraño, hasta que uno de ellos, nuestro Flyora, logra rescatar un fusil. Con su fusil es reclutado para la guerra por los soldados, pese al rechazo de la madre y la angelical presencia de sus dos pequeñas hermanas gemelas.
Cuando se reúne con los partisanos, se nos regala la foto de todos junto a una vaca. Y escuchamos las misivas del cabecilla: “No os voy a mentir, se avecinan tiempos difíciles. Los veteranos saben muy bien lo que es un asedio. Esta es la guerra total de Hitler. Su objetivo es exterminarnos a todos. Nuestra misión es defender hasta el final el territorio que la comandancia nos ha asignado. Pero la situación es complicada y cambiará por momentos. Por eso debemos estar atentos. Tenéis un fusil en la mano y la cabeza sobre los hombros… Ya os lo he dicho y no lo repito. El guerrillero no pregunta cuántos fascistas hay, sino dónde están. Y ahora están aquí, en nuestra tierra”.
Flyora encuentra a la bella Glasha (Olga Mirónova) entre los partisanos, algo perturbada y quien le perturba. Ambos viven en primera persona la crudeza de la guerra, y nos enfrenta a difíciles escenas como la del pantano de fango, la recreación de una estatua de Hitler con una calavera, la escena de la vaca y, especialmente, la llegada de los alemanes a la aldea donde realizan una masacre descrita cinematográficamente con saña. Terror, horror, humillación, donde el fuego lo arrasa todo, hasta el alma del ser humano, donde un nazi expresa con esta inaudita afirmación: “No todas las razas tienen derecho a existir. Las razas inferiores extienden la infección del comunismo”. Y la matanza en la aldea se escucha así: “Nos han matado a todos, no han dejado a nadie. A mí me echaron gasolina y me prendieron fuego”. Y en esa muerte también estaban la madre y dos hermanas de Flyona.
Una película difícil de ver, a diferencia de la ópera prima de Klimov: un drama frente a una comedia. En Masacre. Ven y mira, todo es bruma, fango, frío, lluvia, niebla, explosiones, guerra, dolor, muerte,… Y ese avión de guerra (un Focke-Wulf) que reiteradamente sobrevuela el cielo. Y si esta película nos provoca dolor como espectadores, qué no ocurrirá en la realidad, una realidad que siempre supera la ficción, tal como nos demuestran las imágenes en blanco y negro del final de esta película, tan dura como necesaria. Y por ello la cara de nuestro joven protagonista se han convertido en la de un anciano lleno de dolor e ira. Y con cada tiro de Flyora intenta volver atrás la historia del nazismo, como si quisiera que nada de esa historia con Hitler a la cabeza hubiera pasado y, con ello, todo el inmenso dolor infligido. Dolor que se expresa en el dato final de la película: “628 aldeas bielorrusas fueron quemadas junto con todos sus habitantes”. El infierno en la tierra.
El título de la película se extrajo del capítulo 6 del libro del Apocalipsis, en donde se expresa: “Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo para vencer”. Y bajo este dato bíblico, resulta muy difícil no relacionar esta película con otra obra de arte en blanco y negro, otro alegato antibelicista desde la Unión Soviética bajo la mirada de un niño: hablamos de La infancia de Iván (Andrei Tarkovsky, 1962). Pero así como Andrei Tarkovsky es un director bien conocido, hoy cabe reivindicar a Elem Klimov.
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