No es Todd Haynes un prolífico director. Habiendo ya superado la década de los 60, tiene en su haber tan solo ocho largometrajes, algunos de cierto interés: Velvet Goldmine (1998), donde recreaba la época de esplendor del glam rock; Lejos del cielo (2002), una cinta de corte clásico de los años 50 alrededor de la homofobia y racismo imperante en la sociedad norteamericana; I'm Not There (2007), retrato del legendario y controvertido Bob Dylan, al que se necesitan seis actores para interpretarlo (entre ellos, Heath Ledger, Richard Gere, Christian Bale o Cate Blanchett); Carol (2015), la cuidada adaptación de una novela de Patricia Highsmith protagonizada por Cate Blanchett y Rooney Mara, fue su mayor éxito, incluyendo seis nominaciones a los Óscar (aunque se fuera de vacío). Con ello Haynes se había ganado a pulso el poder elegir a su antojo cuál sería su siguiente obra, y para ello adaptó a la gran pantalla la novela “Wonderstruck” de Brian Selznick (recordado especialmente por su novela “The Invention of Hugo Cabret” y que tradujo en imágenes Martin Scorsese en el año 2011 en su película La invención de Hugo) en la película Wonderstruck. El museo de las maravillas (2017), y que es la que hoy nos convoca. Decir que, después de esta peculiar película, solo ha realizado un largometraje más, Aguas oscuras (2019), allí donde Haynes abandona su sello estético para realizar una obra denuncia sobre las miles de personas afectas por el ácido perfluorooctanoico (PFOA) y la lucha de un abogado por cambiar la legislación respecto al llamado “producto químico eterno”.
Wonderstruck. El museo de las maravillas se asienta narrativamente en el viaje físico y emocional de dos niños, en busca de sus progenitores y con medio siglo de diferencia: el del niño para localizar a su padre y el de la niña para poder reunirse con su madre ausente. No era fácil adaptar la fábula de este libro y para ello Haynes no duda en utilizar el color y el blanco y negro, el cine sonoro y el cine mudo. Dos historias paralelas que se entrecruzan, con perfectas ambientaciones de la década de los 20 (previa al crack bursátil) y de los 70 (en plena reivindicación hippie).
Gunflint, Minnesota / 1977. Cine sonoro y en color, un color especial. Un niño de 12 años, por nombre Ben (Oakes Fegley), lee desde su cama esta nota pegada en la pared: “Todos estamos en la alcantarilla, pero algunos vemos las estrellas”. Y una noticia en el periódico sobre una bibliotecaria local que muere en accidente de auto. Pide a la imagen de su madre (Michelle Williams) conocer a su padre y en su conversación suena de fondo la icónica canción de David Bowie, “Space Oddity”, melodía que ha sido clave en otras películas, como C.R.A.Z.Y (Jean-Marc Vallée, 2005).
Hoboken, New Jersey / 1927. Cine en blanco y negro y mudo, con el piano de compañía musical de fondo. Una niña de 12 años, llamada Rose (Millicent Simmonds), escribe junto al mar un nota que dice: “Ayúdenme”, y la lanza en forma de un barquito de papel. Y busca a la actriz llamada Lillian Mayhew (Julianne Moore) en los recortes de las revistas y en su película muda.
Color y blanco y negro se entremezclan con medio siglo de diferencia. Y tenemos la sensación de que en algún momento las historias se entrelazarán. Ben encuentra un libro titulado “Wonderstruck, Gabinet of Wonder” y comienza a leerlo en una noche de tormenta, y encuentra una nota de amor en un pasapáginas de la librería Kincaid de New York con un teléfono; y en el momento que llama a aquel e teléfono cae un rayo, y ocurre algo que lo transporta a un hospital, donde se da cuenta de que se ha quedado sordo. Y descubrimos que Rose vive en una lujosa mansión y que también tiene hipoacusia, allí donde construye casas y rascacielos de papel y donde vive con un padre que no la trata con cariño.
Ben huye del hospital. Rose huye de casa tras cortarse el pelo. Y ambos viajan a Nueva York, él en autobús, ella en ferry. Dos mundos vividos sin sonido. Ella busca el teatro donde volverá a actuar su actriz preferida (que en realidad es su madre); él busca la librería donde intentó llamar antes de la descarga del rayo (que ahora es una casa en ruinas y no oye que se ha trasladado a otra calle cercana). Y van transcurriendo ambas historias hasta ese primer punto de encuentro es el Museo Americano de Historia Natural. Y allí Ben corre detrás de Jamie, el niño negro que le enseña el lenguaje de signos, como un juego, mientras recorren sus salas, cada una con un color diferente. Y los dos leen el mensaje del meteorito que cayó en la Tierra hace miles de años y donde “todos los meteoritos comienzan su viaje a la Tierra como estrellas fugaces quemándose a través del cielo”. Y tiran monedas los visitantes encima del meteorito, pero Rose tira su nota en forma de barco poniendo “¿A dónde pertenezco?”. Y es en unos archivos que encuentra los que les llevan a las pistas sobre el paradero de su madre y su padre, mientras suena el “Fox On The Run” del grupo Sweet.
Y en la librería Kincaid se reconocen por el libro “Wonderstruck, Gabinet of Wonder” y se cierra el círculo frente van al Panorama de la ciudad de Nueva York, la famosa maqueta en miniatura del Museo Queens construida con motivo de la Feria Mundial de 1964 por encargo del todopoderoso Robert Moses, el hombre que destruyó N.Y en busca de su grandeza. Y esta peculiar historia finaliza con el “Deodato-Also srpach Zarathustra”, mientras los créditos finales aparecen apoyados con el lenguaje de los signos de las manos, así como una especial versión del “Space Oddity” cantada por un coro de niños.
Como nos recuerda el tráiler de Wonderstruck. El museo de las maravillas: “Dos niños, dos eras, la misma búsqueda: encontrarse a sí mismo”. Una historia sobre lo que nos hace diferentes y sobre el valor que hay que tener para encontrar nuestro lugar en el mundo. Dos odiseas espacio-temporales y dos vidas cruzadas para esta geografía de la memoria desde la infancia.
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