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sábado, 22 de julio de 2023

Cine y Pediatría (707) “Tori y Lokita” sufren la esclavitud del Primer Mundo

 

El cine de los hermanos Dardenne es un cine muy físico en relación al cuerpo y muy incómodo en relación a la mente. Con una cámara al hombro y una distancia ínfima a sus personajes, la cámara acosa al personaje siguiéndolo a sus espaldas constantemente. En todas sus películas nos encontramos en este continuo seguimiento del protagonista sin jamás perder su punto de vista, una comunión a veces incómoda entre el público y el personaje en una narrativa siempre en presente. Nunca un flashback, ni una voz en off, ni una melodía de fondo, nada que rompa la diégesis del relato. La austeridad es su impronta y su marca de clase para adentrarnos en la cruda realidad de la clase trabajadora y los personajes menos favorecidos de la sociedad. Y esas señas de identidad las aplican a su cine de carácter humanista en una manera de exhibir la poética de lo cotidiano, temas delicados a los que se acercan sin moralizar ni juzgar. 

Hace años que no conocíamos una nueva película de estos dos cineastas hermanos belgas, Jean-Pierre y Luc. En Cine y Pediatría les dedicamos dos entradas, bajo el nombre de “la ética y la estética de los hermanos Dardenne” y en donde hablamos de sus cuatro películas que tenían a la infancia y adolescencia como protagonistas: Rosetta (1999), El hijo (2002), El niño (2005) y El niño de la bicicleta (2011). En la última década han seguido estando presentes en el cine, pero más activos como productores que como directores. 

Ya en el año 2019 nos dejaron otra película con el protagonismo de un adolescente de 13 años, El joven Ahmed, quien se encuentra atrapado en el fanatismo religioso en la Bélgica actual, un chico nacido de unos padres de distinto origen (padre musulmán y madre belga) y que se ve envuelto en la semilla del radicalismo islámico, por lo que cambia las aficiones propias de su edad por versos coránicos, lucha contra los infieles y el meritaje para convertirse en mártir por la causa. Y eso le enfrenta a su madre, hermanos y conlleva conflictos en el propio colegio. Perturbadora e inquietante tema para mostrar unos hechos que no queremos creer, pero que quizás están más cerca de lo que nos gustaría. Porque lo más trágico es que el fanático cree hacer el bien y piensa que su verdad es la absoluta. 

Y ahora los maestros del cine social belga regresan con Tori y Lokita (2022), un drama alrededor de la inmigración protagonizado por un niño y una adolescente negros, procedentes de Benín. Y lo hace con su habitual estética despojada, ausencia de música y una cámara tan próxima a los protagonistas que por momento parece perseguirlos, y siguen adscritos ese realismo social donde fabrican dramas humanos simples (que no simplistas) en los que exploran los dilemas éticos y morales de personajes de la clase obrera, en particular, pero de toda la sociedad, en general. Y aquí están de nuevo, con su acostumbrada fiereza en esta áspera historia, tan dura como empática, quizás la más triste y bella de su filmografía. Y donde tienen mucho que ver la natural interpretación de los debutantes Mbundu Joely (en el papel de la adolescente Lokita) y Pablo Schils (en el papel del niño Tori), dos menores extranjeros no acompañados (MENA) con tan alto grado de amistad que pretenden ser hermanos y poder conseguir los papeles que les permita permanecer en Bélgica, pero se encuentran con una sociedad injusta y terrible. 

Todo comienza con un primer plano sostenido durante varios minutos de la cara de Lokita, quien responde a una serie de preguntas de alguien que no vemos, pero interpretamos que sea algún funcionario de inmigración. Ella quiere hacer pasar a Tori por su hermano, con quien comparte un centro de acogida, y todo para conseguir los papeles que evitan que sea extraditada. Y descubrimos que ambos deben enfrentarse en su día a día con situaciones que no se corresponden con su edad: encontrar trabajo en el mercado negro (cantando en restaurantes, repartiendo pizzas o vendiendo droga), enviar dinero a sus familias, pagar a los contrabandistas de su raza que les han traído a este país, someterse a lo que les pidan por conseguir los papeles de inmigración (con abusos sexuales incluidos). Lo único que les sostiene es estar juntos, de ahí las palabras de Lokita a Tori: “No hay nadie como tú. Nadie”. 

Y cuando la vía oficial deniega a Lokita los papeles de permanencia en Bélgica, es cuando busca conseguirlos desesperadamente, y es ahí cuando surgen los lobos de la sociedad. Las escenas en la que pasa a ser “la jardinera” de un invernadero clandestino de marihuana concentran los peores atributos: claustrofobia, indignidad, marginación, ilegalidad, esclavitud… Nada es fácil en el cine de los hermanos Dardenne. 

Una serie de circunstancias tan tremendas (y no ajenas) ante las que la sociedad occidental mira hacia otro lado, impúdica e hipócrita, pues mientras denuncia la esclavitud en el Segundo y Tercer Mundo, ésta se asienta en nuestra acomodado Primer Mundo. La relación de amistad entre Tori y Lokita, que pretenden que sea fraternal, es la única vía para afrontar un presente que no les pertenece y un futuro mejor que todavía les es lejano: “Nos quedaremos juntos. Es lo que nos ha funcionado desde que nos conocimos en el barco”

Tori y Lokita denuncia la maldad y esclavitud que merodea a los inmigrantes, especialmente a esos menores conocidos con el acrónimo de MENA. Un drama de inmigración y amistad al estilo Dardenne que nada tiene que ver con la comedia francesa con toques de “masterchef” que recientemente comentamos, La brigada de la cocina (Louis-Julien Petit, 2022).

 

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