10 de enero de 1952, Nueva Jersey. Un niño de 7 años, Sammy Fabelman va a asistir a su primera película en el cine. Sus padres intentan explicarle cómo funciona el cinematógrafo para que no tenga miedo, sino ilusión: “Las películas son sueños que nunca olvidas, cariño”, le dice su madre. Y asiste a la proyección de El mayor espectáculo del mundo (Cecil B. DeMille, 1952), protagonizada por James Stewart, Charlton Heston y Gloria Grahame, y queda impresionado por las escenas, especialmente la del choque de trenes. Y entonces intenta reproducirlo con sus trenes de juguete y la cámara de grabar casera de su padre. Y a partir de ahí comienza a realizar pequeñas filmaciones con sus hermanas como protagonistas de historias inventadas.
Y sí, las películas son sueños que nunca se olvidan. Por esto este film, Los Fabelman (Steven Spielberg, 2022) es un nspirador y emotivo homenaje al cine con el que Steven Spielberg rememora su infancia y adolescencia y descubre al mundo cómo se convirtió en el icono del cine que es, ese rey Midas del séptimo arte que acabó convirtiendo en oro todo lo que tocaba en la gran pantalla. Y es a través del personaje del joven Sammy Fabelman (Mateo Zoryan Francis-DeFord de niño, Gabriel LaBelle de adolescente) que nos relata de forma semiautobiográfico su ecosistema familiar, una familia judía en la década de los 50 formada por su excéntrica madre Mitzi (Michelle Williams), pianista en potencia, y su pragmático padre Burt (Paul Dano), ingeniero informático de profesión, así como sus tres hermanas y Bennie, un amigo de la familia. Sammy acaba descubriendo un secreto familiar que resultará devastador para el núcleo familiar y explora cómo el poder de las películas puede ayudarle a contar historias y, con ello, a superar los baches de la vida, entender el mundo a su alrededor y llegar a forjar su propia identidad.
Lo que se dice todo un "coming of age" particular de Steven Spielberg que bendice el poder salvífico del cine. Y es que más de cinco décadas después de su debut, este director (también guionista y productor) ha hecho películas de todos los géneros y en todos los registros, para alzarse como una de las mentes más brillantes del séptimo arte y por ello es conocido como “El Rey Midas de Hollywood”. Y recodamos que ha sido nominado a mejor director hasta en ocho ocasiones, las mismas que Billy Wilder y solo superado por Martin Scorsese, con 9, y William Wyler, con 12. La primera por Encuentros en la tercera fase (1977) y la última precisamente por Los Fabelman (2023), y en el camino En busca del arca perdida (1981), E.T., el extraterrestre (1983), El color púrpura (1986), Múnich (2006), Lincoln (2013), y aquellas dos por las que si consiguió el ansiado Óscar: La lista de Schindler (1993) y Salvar al soldado Ryan (1998). Así mismo, recibió en 1987 el Premio en Memoria de Irving Thalberg, considerado un Óscar honorífico y destinado a premiar a personajes especialmente significantes en el mundo de la producción cinematográfica. Y cabe recordar que este director ya nos ha dejado dos películas en Cine y Pediatría: E.T., el extraterrestre y Mi amigo el gigante (2016).
Y ahora en esta película somos espectadores de las vivencias de esta familia judía de los Fabelman. Cuando la familia se traslada a Phoenix por el trabajo del padre, existe un salto temporal para encontrarnos ya con un Sammy adolescente. El siguiente traslado de la familia, ahora a California, tiene un doble motivo: el nuevo trabajo de su padre en IBM y un tema personal que acaba siendo un secreto familiar entre Sammy y su madre. Pero aquí los inicios nos son fáciles, sufriendo acoso escolar por judío, viviendo la desadaptación de su madre y el divorcio final de los padres. Lo más simpático de esta etapa es la historia de ese primer amor con una chica cristiana que le quiere convertir en la fe y que le anima a que vuelva a grabar películas de nuevo. Y es así que en el baile de final de curso de la promoción de 1964 triunfa con la película sobre el Día de las Pellas; y es cuando el guaperas matón del instituto le dice: “La vida no se parece a las películas, Fabelman”. Y en este recorrido por su infancia y adolescencia, hay continuas referencias cinéfilas, como El cantante de jazz (lan Crosland, 1927) y La cabaña del tío Tom (Harry A. Poland, 1927), con la reconocida polémica en ese momento entre el cine mudo y sonoro; pero también la inspiración que obtuvo de El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962).
Y a partir de aquí se marcha a Los Ángeles. Ya con 18 años, no desea seguir en la universidad y, finalmente, logra un contrato en la productora CBS como asistente de un asistente. Y ahí es cuando conoce a John Ford (interpretado por David Lynch, casi nada el guiño) y se ve rodeado en su despacho de carteles originales de sus películas míticas: Stagecoach, How Green Was May Valley, The Informer, The Seachers, 3 Godfathers, The Grapes of Wrath, The Quiet Man y The Man Who Shtot Liberty Valance. Y nos recuerda una breve conversación y el consejo de ese director: “Ahora, recuerda esto. Cuando el horizonte esta abajo, es interesante. Cuando el horizonte está arriba, es interesante. Cuando el horizonte está en el centro, es aburridísimo. Y ahora, que tengas suerte. ¡Y lárgate de mi oficina!”. Debieron ser los cinco minutos más memorables de su vida…y es el colofón de la película. Pues lo dicho, ¡que Dios bendiga a John Ford!... y a Steven Spielberg.
En esta película tan particular para Spielberg, quizás de excesivo metraje (151 minutos), se volvió a reunir de los suyos: en la dirección musical, su inseparable John Williams (ya son 29 películas juntos, posiblemente la mayor unión de director cinematográfico y director musical de la historia), y en la fotografía, Janusz Kaminski. Y el guion lo coescribió con el ganador del Premio Pulitzer, Tony Kushner. Pero pese a ello, y a ser nominada la película a siete Óscar y a cinco Globos de Oro, no obtuvo ningún premio este personalísimo vistazo a la historia que marcó el cineasta y su legado.
Porque quizás el secreto está en el horizonte, como le recordaba John Ford…Y en Los Fabelman, Spielberg nos explica su horizonte y su visión del mundo a través del acto de crear imágenes. Y, al menos, en cuatro películas caseras: cuando de niño reproduce con juguetes el accidente de tren de El mayor espectáculo del mundo descubre que el cine es el mejor antídoto para acallar miedos y traumas; cuando realiza su película bélica amateur descubre que la manipulación de las emociones puede llegar al corazón de la verdad; cuando monta esa película doméstica, los fotogramas le muestran lo que los ojos se niegan a ver; y cuando proyecta en esa fiesta de fin de curso su “beach movie” de instituto, se da cuenta de que el cine también es una forma perversa de venganza. Ninguna imagen es inocente, nos dice Spielberg, y es precisamente eso lo que hace del cine un reflejo de la condición humana.
Por tanto, un nuevo homenaje del cine dentro del cine, con valor terapéutico, aunque no llegue al valor de otras dos películas míticas: Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988) y La invención de Hugo (Martin Scorsese, 2011).