El director, guionista y actor cinematográfico y teatral británico Kenneth Branagh, nacido en Belfast, capital de Irlanda del Norte, nos ha regalado su película más íntima y personal, esos meses de su infancia tras el comienzo de un conflicto que tuvo en vilo a Gran Bretaña e Irlanda durante tres décadas en la segunda mitad del siglo XX. El título no podía ser otro. Belfast (Kenneth Branah, 2021), una película multipremiada, incluyendo sus 7 nominaciones a los Óscar y el galardón de mejor guion original.
Una película en blanco y negro que comienza en color, con el color de la Belfast actual y que en un fundido subiendo una muro se convierte en una escena callejera del 15 de agosto de 1969, con las calles en blanco y negro de esta ciudad que, del irlandés Béal Feirste, significa “el vado arenoso en la desembocadura del río”. Calles repletas de niños jugando, vecinos transitando y charlando, y cuya paz se rompe con la aparición repentina de una turba a la vuelta de una esquina, con hombres enmascarados que arrojan piedras, cócteles Molotov y queman coches. Uno de esos chicos es Buddy (Jude Hill), el niño rubio de 9 años que es alter ego del director y que será el hilo conductor para que conozcamos a su familia, su ciudad y el conflicto norirlandés conocido como The Troubles. Porque fueron muchos “los problemas” de este conflicto armado interétnico nacionalista (el nacionalismo, de nuevo) y Buddy no entiende qué ocurre y por qué ocurre aquello, mientras su madre le saca del tumulto con la épica de una tapa de un cubo de basura y oye a su padre decir: “La maldita religión, ese es el problema”.
Y es que el cine nos devuelve mucho arte, pero también otras enseñanzas. Y para entender bien esta película cabe conocer qué y por qué ocurrió este conflicto norirlandés. Un conflicto que enfrentó, por un lado, a los unionistas de Irlanda del Norte (de religión protestante, mayoritaria en la región), partidarios de preservar los lazos con el Reino Unido, y por otro lado, a los republicanos irlandeses, en su mayoría católicos y demográficamente minoritarios, partidarios de la integración del territorio en la República de Irlanda, país predominantemente católico. Ambos bandos recurrieron a las armas, y la provincia se hundió en una espiral de violencia que duró desde el 8 de octubre de 1968 hasta la firma del Acuerdo de Viernes Santo, el 10 de abril de 1998, que sentó las bases de un nuevo gobierno, en el cual católicos y protestantes comparten el poder. No obstante, la violencia continuó después de esta fecha y todavía continúa de forma ocasional y a pequeña escala.
El conflicto comenzó durante una campaña de la Asociación por los derechos civiles de Irlanda del Norte para poner fin a la discriminación contra la minoría católica/nacionalista por parte del gobierno protestante/unionista y la fuerza policial. Los principales participantes en el conflicto fueron paramilitares republicanos como el Ejército Republicano Irlandés Provisional (IRA) y el Ejército Irlandés de Liberación Nacional (INLA); paramilitares leales como la Fuerza Voluntaria del Úlster (UVF) y la Asociación en Defensa del Úlster (UDA); fuerzas de seguridad estatales británicas como el Ejército Británico y el Royal Ulster Constabulary (RUC); y activistas políticos.
Se contabilizaron más de 3.500 muertos en las tres décadas de conflicto, más de la mitad civiles. La mayoría de los asesinatos tuvieron lugar dentro de Irlanda del Norte, especialmente en Belfast y el condado de Armagh. Dublín, Londres y Birmingham también se vieron afectados, aunque en menor grado que la propia Irlanda del Norte. Ocasionalmente, el IRA intentó o llevó a cabo ataques contra objetivos británicos en Gibraltar, Alemania, Bélgica y los Países Bajos.
Y con estos mimbres, Kenneth Brannag nos describe su primera infancia en el comienzo del conflicto en ese final de verano y otoño de 1969, en lo que es un homenaje incondicional a su familia, constituida por sus guapísimos y comprensivos padres, Ma (Caitriona Balfe, la protagonista de la serie Outlander) y Pa (Jamie Dornan, el guaperas de la trilogía 50 sombras de Grey), su hermana y hermano mayores y sus tiernos abuelos (con una irreconocible Judi Dench), y también el solidario vecindario. Y todo ello conviene vivirlo en su versión original, para oír a sus protagonistas hablar el particular galeico irlandés. Y la historia se ve arropada por el director de fotografía Haris Zambarloukos y una BSO de otro hijo predilecto de Belfast, el compositor, músico y cantante Van Morrison que nos regala múltiples temas a lo largo de la historia, títulos como “Warm Love”, “Stranded”, “Carrikfergus” y el colofón “And the Healing Has Begun”.
Porque la familia de Buddy vive en un barrio mayoritariamente protestante de Belfast con unas pocas familias católicas, pero un día su comunidad - y todo lo que creía entender de la vida - se pone patas arriba. Y su familia también se ve atrapada en el caos del conflicto y debe decidir si se queda o abandona el único lugar que conocen como un hogar. Y así lo expresa una vecina: “Los irlandeses nacemos para irnos. Si no, el resto del mundo no tendría pubs. Solo hace falta que nos quedemos la mitad para que la otra mitad pueda ponerse nostálgica para los que se fueron. Para sobrevivir un irlandés solo necesita un teléfono, una Guinness y la partitura de Danny Boy (una de las canciones representativas de la cultura irlandesa)”. Y también Buddy oye otros consejos de su familia: “Sé buen hijo, pero si no puedes serlo, sé cuidadoso”; “Paciencia. Paciencia con las sumas. Paciencia con la chica”. Pero finalmente la situación empeora y tienen que tomar una decisión dolorosa para preservar la seguridad de la familia: “Estamos viviendo una guerra civil. Es momento de empezar de nuevo”.
Y como le ocurriera a Steven Spielberg en su particular coming of age en Los Fabelman, algo similar le ocurre ahora a Kenneth Branagh en Belfast: el utilizar el cine como tabla de salvación ocasional y por ello se nos comparten escenas de Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), cuya escena mítica verá reflejada luego en las calles de su ciudad, El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962), Hace un millón de años (Don Chaffey, 1966) o Chitty Chitty Bang Bang (Ken Hughes, 1968). Y, curiosamente, la única vez que vuelve a aparecer el color en la película es precisamente en alguna de estas proyecciones, por ese poder salvífico del cine.
Kenneth Branagh nos muestra la honestidad de los grandes al conseguir ese equilibrio casi imposible entre la belleza en blanco y negro del cine de autor y la fluidez narrativa de los clásicos, explorando el conflicto irlandés con agudeza y sin crudeza (baste recordar algunas simpáticas escenas, como la del detergente biológico). Y Belfast termina con la misma emoción que hemos vivido y con esta dedicatoria: “Para los que se quedaron. Para los que se fueron. Y para todos los que se perdieron”.
Porque Belfast es una manera de acercarnos al conflicto norirlandés a través de la mirada inocente de un niño, Buddy, que no es otro que el propio director.
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