Que el cine español se declina en femenino en los últimos cinco años lo hemos recordado frecuentemente en Cine y Pediatría y sirva como ejemplo algunas películas ya destacadas: Verano 1993 (Carla Simón, 2017), Carmen y Lola (Arantxa Echevarría, 2018), La inocencia (Lucía Alemany, 2019), Las niñas (Pilar Palomero, 2020), Libertad (Clara Roquet, 2021), Chavalas (Carol Rodríguez Colás, 2021), La maternal (Pilar Palomero, 2022) o Cinco lobitos (Alauda Ruiz de Azúa, 2022), Todas ellas con éxito de crítica y público, multipremiadas, muchas con el Goya a mejor director novel (directora, claro está, en todas ellas). Y hoy llega una de las grandes (y agradables) sorpresas de este año con 20.000 especies de abejas (Estibaliz Urresola Solaguren, 2023).
Es 20.000 especies de abejas un poético título para un realista, conmovedor y luminoso retrato sobre la búsqueda de la identidad de una niña trans de 8 años y por el que la joven actriz vasca Sofía Otero hizo historia en la Berlinale de 2023, pues se ha convertido en la actriz más joven en ganar el Oso de plata a la mejor interpretación femenina. Es inolvidable su papel como Aitor/Lucía/Cocó.
Cocó es el apodo con el que le llama su familia y reconoce que no encaja en las expectativas del resto y no entiende por qué. Todos a su alrededor insisten en llamarle Aitor, pero no se reconoce en ese nombre ni en la mirada de los demás; porque quiere ser y llamarse Lucía. Su madre Ane (Patricia López Arnaiz), sumida en una crisis profesional y sentimental, aprovechará las vacaciones para viajar con sus tres hijos a la casa materna en el pueblo, donde reside su madre Lita (Itziar Lazkano) y su tía Lourdes (Ane Gabarain), una familia estrechamente ligada a la cría de abejas y la producción de miel. Será un verano que cambiará sus vidas, la de las tres generaciones: la de Aitor/Lucía/Cocó, la de su comprensiva pero desorientada madre y la de su conservadora abuela. Tres generaciones enfrentándose a sus dudas y temores en relación con la transexualidad, con renuncias del pasado e interrogantes del futuro, algo que ya vimos de alguna manera en la película estadounidense 3 generaciones (Gaby Dellal, 2015).
A su temprana edad, Aitor/Lucía/Cocó tiene muchas dudas, y así se confirma durante la película con las preguntas a su abuela (“¿Por qué soy así…?”), a su hermano mayor (“¿Tú crees que cuando estaba en la tripa de mama algo salió mal?”) o a su madre (“¿Yo me puedo morir para nacer otra vez siendo chica?”). Y mientras su madre pasa una gran parte del tiempo en el taller trabajando en sus esculturas de cera, Aitor lidia con su enuresis nocturna, su vergüenza al acudir a la piscina sin ropa, su oposición a que le corten el pelo,.. Y escucha a todos los que están a su alrededor, como esos consejos de un abuelo del pueblo: “La fe es un convencimiento de algo, pero que uno siente aquí dentro y por eso tira para adelante. Es como tener una certeza. Es una convicción de algo en lo que crees… La fe va más allá de lo que pueden ver nuestros ojos físicos, ¿entiendes?”. Y a tan joven edad, parece que sí lo entiende.
El trato a la transexualidad de nuestro joven protagonista es sutil y respetuoso. Sus preguntas, su comportamiento, su pelo largo, sus uñas pintadas, la comprensión de su madre, las advertencias de la abuela ante los dimes y diretes de la gente del pueblo (“Ponle límites, ponle límites… No ves que eres tú el que le estás haciendo especial, consintiéndole absolutamente todo”). Y ese significativo cambio de bañadores en la poza del río con su amiga, a la que le confiesa ”Mi verdadero nombre es Lucía”, la misma amiga que le expresó este bello pensamiento: “Mi abuelo dice que hay muchas especies de abejas y que todas son buenas”.
Se ve representado Aitor por las sirenas, y aunque la madre le intenta hacer ver que no hay diferencia entre chicos y chicas (“Las sirenas son parte de la imaginación y la imaginación también es parte de la realidad”), el resto de la familia se percata de esa situación que está viviendo. El padre cree que le han consentido demasiado. La madre cree que no han sabido ver lo que pasaba. Y la escena de la fiesta familiar en que Ane accede a que Aitor se vista como una niña, es clave: porque finalmente el pequeño se quita el vestido y ello para evitar el enfado del padre y la tristeza de la madre. Desaparece en la fiesta y le buscan todos desesperadamente alrededor del río; todos gritan Aitor y en un momento dado, su hermano y su madre le llaman Lucía, para que aparezca.
Y el final de 20.000 especies de abeja tiene el mismo sentido y sensibilidad que el resto de la historia. Una historia que cabe ver en versión original, para vivir ese bilingüismo entre el vasco y el español de sus protagonistas. Y por ello esta película entra por la puerta grande del buen cine, cine en español (y vasco) declinado en femenino. Cine alrededor de la transexualidad, pura poesía con un tema que en nuestra cinematografía patria ya lo hemos comentado previamente en otras dos películas, si bien estas de carácter documental: El viaje de Carla (Fernando Olmeda, 2014) y Me llamo Violeta (David Fernández de Castro y Marc Parramon, 2019).
Porque 20.000 especies de abejas abrazan la infancia trans con la suma de un buen guion y dirección de Estibaliz Urresola Solaguren y una gran interpretación coral, con el destacado lugar de Sofía Otero. Una película que combina con identidad la prosa y la poesía cinematográfica para abordar la identidad de género, pues como nos advierte uno de los personajes, “lo que no tiene nombre, no existe”.
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