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sábado, 11 de noviembre de 2023

Cine y Pediatría (723) “Sonido de libertad”, los niños de Dios no están en venta

 

Alejandro Monteverde es un director de cine mexicano que ya en su ópera prima, Bella (2006), se unió al actor mexicano, pero también productor y activista político conservador, Eduardo Verástegui para dejar esta película pro vida que abordó el aborto y la adopción, en lo que pretendió ser un poema de amistad y amor a una mujer y un canto a la vida y a la generosidad como forma de encontrar la paz con uno mismo. Años después, Monteverde abordó en su segundo largometraje, Little Boy (2015), un drama bélico repleto de sentimiento y valores, apología de la familia en esa historia de superación donde la fe y el amor permiten luchar siempre hasta el final. De nuevo Eduardo Verástegui estuvo a su lado como productor y actor. Y esa unión entre ambos se vuelve a dar en la tercera película de Monteverde, la recién estrenada Sonido de libertad (2023), una obra que ha tenido un gran sonido (más bien estruendo) a su alrededor.  

Porque Sonido de libertad ha sufrido una agresiva campaña mediática, boicoteada por las grandes plataformas digitales del mundo y los “majors” de Hollywood, donde la política y los discursos de odio se han apoderado de la conversación dejando al cine y a la propia película de lado, quizás porque molesta que se muestre esta historia basada en hechos reales y donde se expone que la infancia de muchos países sufre el secuestro y explotación sexual de niños y niñas. Una película que no deja indiferente y cuya polémica solo ha servido para convertirla en una de las más taquilleras del año, donde el boca a boca ha llevado a las salas de cine a los espectadores, pese a ser denunciada por los progresistas como una película conspiranoica y ensalzada por los conservadores como necesaria denuncia. 

Pero el caso es que la historia y el personaje, por nombre Tim Ballard (interpretado por Jim Caviezel), son reales. Un agente que renunció a su trabajo en el Departamento de Seguridad Nacional para localizar a un niño desaparecido que había sido secuestrado por traficantes sexuales. Su misión lo llevó a Colombia, donde, con la ayuda de la policía, salvó a numerosos niños de una red de tráfico, como se muestra en la película. Y en 2013, Tim Ballard fundó Operation Underground Railroad (OUR), una organización sin ánimo de lucro con sede en Estados Unidos que trabaja para acabar con el tráfico sexual infantil y, según el sitio web de la asociación OUR, ya ha salvado de la trata a más de 7.000 personas, ha estado involucrada en más de 6.500 detenciones en todo el mundo y ha llevado a cabo más de 4.000 operaciones. Pero tras el lanzamiento de Sonido de libertad y la campaña generada a su alrededor, la historia de Ballard se ha visto salpicada por varias polémicas: es acusado de haber falsificado la cantidad de niños que ha salvado, de tener unas prácticas poco éticas y al margen de la ley, así como que la mayor parte de la historia de Ballard es una invención; pero la polémica más reciente es que han acusado al propio Ballard de acoso sexual por parte de trabajadoras de OUR a las que pudo utilizar en su labor de rescatar a víctimas del tráfico sexual. Lo cierto es cada vez se vuelven más confusas las verdades y mentiras sobre su persona y su trabajo, y es fácil reconocer que todo esto no es para facilitarle el camino. Pero la realidad es otra, y una película que costó 15 millones dólares lleva ya recaudados más de 250 (y subiendo), situándose muy por delante de la última de Harrison Ford, Indiana Jones y el dial del destino (James Mangold, 2023) y de la última de Tom Cruise, Misión imposible: Sentencia mortal-parte 1 (Christopher McQuarrie, 2023). 

Pero centrémonos en la película y dejemos por ahora la polémica de lado. Una película sobre el sórdido submundo del tráfico sexual en Latinoamérica, cuya historia nos pasea por Tegucigalpa (Honduras), Calexico (California, USA), San Diego (California, USA), Cartagena de Indias (Colombia), Tijuana (México), Bogotá (Colombia) y la provincia colombiana de Nariño. Las imágenes iniciales de grabaciones reales de vídeo robando niños y niñas en la calle nos introducen en el tema. Y la historia se centra en los hermanos Aguilar, Rocío de 11 años y Miguel, de 7, quienes son engañados con una audición fotográfica para ser secuestrados. En breve conocemos a Tim Ballard y su compañero Paul (Eduardo Verástegui), agentes policiales en busca de pederastas y la conversación entre ellos no deja duda: “Es un mundo jodido. He visto muchos escenarios del crimen. Pero esta mierda es muy diferente”, “Nuestro trabajo es capturar pedófilos… pero el problema es encontrar a los niños”. 

Tras conocer el caso de estos hermanos desaparecidos, Tim pide a sus superiores un tiempo para poder infiltrarse en la red de pederastia, y es apoyado por su esposa (y 7 hijos). La pregunta que le hace el padre de Rocío y Miguel no le deja indiferente: “¿Podrías dormir sabiendo que una cama de tus hijos está vacía?”… Y Tim acaba renunciando a su trabajo por seguir con esta misión que se ha propuesto, y a la pregunta de sus superiores de por qué lo hace, él responde: “Porque los niños de Dios no están en venta”. En ese momento pide ayuda a Paul y a un personaje conocido como Vampiro (Bill Camp), quien ha cambiado en su vida y ahora se rige por otros patrones: “Cuando Dios te dicta qué debes hacer, no debes vacilar”. 

Y esta película de cine independiente estadounidense funciona como un thriller, quizás con más defectos que virtudes, pero lo que ha llamado la atención no es el cómo (la técnica cinematográfica) sino el qué (se cuenta y denuncia). Y es así como logran rescatar de este secuestro a un buen número de niños y niñas, quienes en un momento juegan a tocar las palmas y entonces Tim comenta: “Oyes eso. Es el sonido de la libertad”. Y al finalizar suena la canción “Pienso en ti” de Shakira, mientras los espectadores podrán seguir pensando en esta historia, tan cruel como la vida misma. 

Terminada la película, un cartel conmina a los espectadores a permanecer en sus butacas durante los títulos de créditos. En ese momento, el propio actor Jim Caviezel se dirige a la audiencia con un mensaje muy directo, sin tapujos, describiendo cómo esta película ha tardado cinco años en poder se emitida dadas las dificultades puestas a su estreno y en la que nos invita a recomendar la película y hacer que Sonido de libertad se convierta en similar a lo que fue la novela “La cabaña del tío Tom” frente a la esclavitud (y en este caso también frente a la pederastia). Y con el eslogan "Los chicos de dios no están en venta" suena la canción “Sound of Freedom” de Justin Jesso. 

El nombre de tres católicos practicantes, el director Alejandro Monteverde, el actor y productor Eduardo Verástegui, y el actor Jim Caviezel (que a nadie dejó indiferente a partir de interpretar a Jesucristo en La pasión de Cristo de Mel Gibson, y ahora por su supuesta cercanía a las teorías QAnon, que denuncian la existencia de una red pedófila formada por famosos y políticos a lo largo y ancho del globo) se unen en esta película y esta historia que ha provocado un estruendo. Pero ya saben el dicho: ¡ladran, luego cabalgamos!. 

Y, sí, el tema de abusos a menores es incómodo, pero no hablar de ello no es la solución, pues se trata del segundo negocio criminal más lucrativo, solo por detrás del tráfico de drogas. Porque de los 40 millones de personas que son víctimas de la trata, el 25%, es decir, 10 millones, son menores de edad, quienes padecen desde matrimonios forzados a trabajos forzados, participación en grupos armados, vinculación a la pornografía, turismo sexual y abuso sexual, etc. Unos datos de UNICEF que tienen poco de conspiranoicos…

 

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