Entre los ya numerosos directores y directoras que ocupan un lugar especial en Cine y Pediatría por su especial vinculación a los alrededores de la infancia, adolescencia y familia (el japonés Hirokazu Koreeda, el español Montxo Armendáriz, el estadounidense Robert Mulligan, la francesa Céline Sciamma, los belgas Jean-Piérre y Luc Dardenne, el noruego Ruben Östlund, el canadiense Jean-Marc Vallée, entre otros) habría que ir sumando un nombre más. Hablamos del joven director y guionista belga Lukas Dhont, quien tras fajarse en cortometraje nos dejó una ópera prima maravillosa, Girl (2018), un milagro de sentido y sensibilidad para mostrarnos la transexualidad de su protagonista (fundamentada en una historia real, una adolescente que nació en el cuerpo equivocado) donde se muestra y no demuestra, donde se refleja pero no se reivindica. Y que ha regresado hace poco - y con estas mismas señas de identidad - en lo que es su segundo largometraje: Close (2022), película multipremiada y que incluyó su nominación por Bélgica para el Óscar a mejor película internacional (también lo hizo por Irlanda ese mismo año la película comentada la semana pasada, The Quiet Girl).
Es Close la historia de amistad especial de dos adolescentes de 13 años, dos chicos angelicales, uno rubio, Léo (Eden Dambrine), el otro moreno, Remi (Gustav de Waele). Y tras ese verano luminoso en que fueron inseparables regresan a la escuela donde los prejuicios destruyen la amistad y algo más, y todo se vuelve oscuro. Una historia de amor en su forma más libre, como solo la infancia permite, pero que no aborda ninguna relación homosexual, sino una relación afectuosa entre varones, que resultó ser dulce y devastadora. Y donde tienen que afrontar las preguntas de los demás compañeros: “¿Estáis juntos? Me interesa porque para ser buenos amigos se os ve demasiado unidos”. Preguntas y dudas que afectan más a Léo que a Remi, con crueles murmullos entre los demás: “Me llamo Léo y soy marica”.
Y lo que era una feliz amistad de dos chicos y sus familias, acaba en una tragedia narrada con la contención, delicadeza, sutileza y autenticidad a la que su director ya nos acostumbró en Girl. Y Léo tiene que digerir lo ocurrido y su grado de culpa… y sus dudas: “¿Tú crees que le dolió?”. E intenta descargar su furia con ese nuevo deporte al que se ha apuntado, el hockey sobre hielo. Y todos sospechan lo ocurrido, pero es una sociedad en la que los conflictos se afrontan con educación y respeto. Incluida esa pregunta de la madre de Remi a Léo: "¿Qué pasó entre vosotros?”…, a la que no él contesta. Pero esa especial relación continúa cuando la va a visitar a casa y le pregunta: “¿Puedo ir a su cuarto?”.
Solo cuando Léo lograr llorar es cuando comienza a soltar su rabia y sentimiento de culpa: “Le echo de menos… Fue culpa mía, lo rechacé”. Y el abrazo salvífico entre lágrimas de ambos, nos conduce a ese final donde nuestro protagonista nos mira a la cámara, cómo lo hiciera en su momento Antoine Doinel en Los cuatrocienteso golpes (François Truffaut, 1959). Allí fue con el fondo del mar, aquí con un campo de flores.
Una historia que cuenta con la contención de sus dos jóvenes actores debutantes, especialmente Edén Dambrine, sobre el que recae todo el peso de la historia, y con el que sentimos esa asepsia emocional de un preadolescente que le cuesta seguir adelante y cuya vida se ha puesto en pausa. Muy bien acompañados por las actrices Emilie Dequene, como madre de Remi, a quien recordamos en aquel otro gran debut que tuvo de adolescente como protagonista de la película Rossetta (Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, 1999) y que le valió el premio de Cannes a mejor actriz; y por Léa Druker, como madre de Léo, y a quien recordamos como la protagonista de Custodia compartida (Xavier Legrand, 2017), otra historia contundente alrededor de las custodia de los hijos en los matrimonios separados.
Es Close una película que nos transporta, con su giro de guion, a una de las experiencias más personales, sentimentales y dolorosas del año, y ello entre paseos en bicicleta, campos de flores, hockey sobre hielo, susurros y culpabilidad. Una obra sencilla en apariencia, noble en su propuesta, profunda en la indagación de la psicología de sus personajes, y que viene a remarcar el saber ser y estar del cine en francés, en general, (ojo, Close es bilingüe, en francés y en flamenco, razón de más para ver en versión original), y del cine belga en particular. Y baste recordar Un pequeño mundo (Laura Wandel, 2021), con el que tiene también algunos puntos de contacto por esa crueldad que se deriva de los patios de recreo.
Y con Close nos sentimos tan cerca de sus personajes y deseamos sentirnos tan lejos de esa experiencia. Es la dualidad que nos devuelve el buen cine. Porque parece que las normas de la amistad adolescente masculina tiene unos códigos diferentes a los de la amistad femenina. Y Girl y Close son dos películas de Lukas Dhont ancladas en la pubertad sobre cómo la mirada ajena repercute en la construcción de nuestra identidad.
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