El 20 de julio de 1969 es una de esas fechas marcadas en el consciente colectivo, especialmente de aquellos que formamos parte de la generación “Baby boomer” y que atesoramos esa fecha en nuestra infancia, adolescencia o juventud. Porque ese día la humanidad consiguió un importante logro: que un hombre pisase la Luna por primera vez. Fue con la expedición Apolo XI de la NASA y la primera huella humana en la superficie lunar la dejó el astronauta Neil Armstrong, seguido poco después por su colega Edwin "Buzz" Aldrin, y ello mientras el tercer integrante de la misión, Michael Collins, daba vueltas a la Luna en el módulo de mando.
Todo comenzó en mayo de 1961, cuando el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, anunció su intención de poder enviar astronautas a la Luna antes de que finalizase la década. Esto sucedió un mes después de que el cosmonauta soviético Yuri Gagarin se convirtiera en el primer ser humano en viajar al espacio y tres semanas antes de que el astronauta Alan Shepard se convirtiese en el primer americano en repetir ese viaje espacil. Ocho años de duro trabajo tendrían que pasar antes de que la NASA viese cumplido su gran proyecto de poner un hombre en la Luna, con una misión que partió el 16 de julio de 1969 desde el Centro Espacial Kennedy en Florida, para llegar a pisar la superficie lunar (en una zona denominada Mar de la Tranquilidad) sobre poco más de dos horas aquel 20 de julio y donde se pronuncia la mítica frase de Armstrong: "Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad". Durante ese tiempo tomaron fotografías, manejaron una cámara de televisión (gracias a la cual los espectadores de todo el mundo pudimos asistir a sus hazañas), colocaron una bandera de los Estados Unidos y depositaron una placa metálica con la siguiente inscripción: "Aquí los hombres del planeta Tierra han puesto el pie sobre la Luna por primera vez. Julio de 1969 D.C. Hemos venido en paz en nombre de toda la humanidad". Después realizaron actividades científicas: instalaron un reflector de rayos láser destinado a medir con exactitud la distancia entre la Tierra y la Luna, un sismógrafo para registrar terremotos lunares y una pantalla para medir la intensidad del viento solar. La hazaña espacial finalizó cuando el módulo de mando cayó en aguas del Océano Pacífico, no lejos de Hawai, el 24 de julio.
Porque en realidad lo anterior fue el mayor éxito del denominado Programa Apolo, ese programa espacial desarrollado por Estados Unidos en el marco de la carrera espacial con la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Y es que delante del Apolo XI le precedieron todos los anteriores durante la década de los sesenta, y ya en la primera mitad de lo década de los setenta se llegaría hasta el Apolo 17, más los Apolo SL 2, 3 y 4, hasta el último lanzamiento, un 15 de julio de 1975, el Apolo Soyuz, la primera misión conjunta NASA-URSS. En total hubo 22 misiones Apolo y 18 de ellas fueron un éxito, tres un éxito parcial y una fracasó.
Con todo lo anterior, no es de extrañar que esa carrera espacial marcara la infancia de aquellos niños estadounidenses, especialmente los que vivieron cerca de la sede de la NASA, en Houston (Texas). Y con estos mimbres se nos presenta una película de animación especial, uno de los últimos proyectos de un director especial: Apolo 10 ½: Una infancia espacial (Richard Linklater, 2022). Porque fue Linklater uno de los primeros y más exitosos directores en emerger durante la década de los 90 en el firmamento del cine independiente americano, al que recordamos por el especial manejo del tiempo en sus actores. Así lo hizo con la trilogía Before, ese romántico tríptico entre la francesa Céline (Julie Delpy) y estadounidense Jesse (Ethan Hawke) que llevó a cabo durante tres décadas con los mismos protagonistas: Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013), cada una de ellas con nueve años de diferencia en su estreno. Y así lo repitió en Boyhood (Momentos de una vida) (2014), un hito del cine, pues el director la rodó a lo largo de 12 años con los mismos protagonistas y que actúa como una epopeya en la vida de un niño Mason (Ellar Coltrane) de los 6 a los 18 años, y de sus padres (Ethan Hawke y Patricia Arquette).
Y es que Richard Linklater es un baby boomer que nació en 1960 en Houston (Texas), por lo que el proyecto Apolo formó parte de su infancia y adolescencia. Y con estos recuerdos se teje la película Apolo 10 ½: Una infancia espacial. Y cuya historia comienza en un lugar y tiempo muy concreto (ciudad tejana de El Lago en la primavera de 1969) y con un protagonista (el niño Stanley, Stan, a buen seguro alter ego del director y de sus recuerdos). Y Stan, por sus buenas actitudes como estudiante, es elegido para una misión: que viaje al espacio en una nave que por error han construido más pequeña y donde solo cabe un niño (que es mejor que un mono) y con ello ganar a los rusos en la carrera espacial por pisar la Luna. Y el entrenamiento está previsto que se realice en secreto durante sus vacaciones. Y la voz en off de nuestro protagonista nos deja sus reflexiones: “No teníamos historia. Todo lo que había era nuevo”. Y su historia viene acompañada de los hechos y personajes que marcaron aquella época: Kennedy, la Guerra de Vietnam, el movimiento hippie, la Guerra Fría, los trasplantes de corazón, Janis Japlin, los supermercados, las boleras y los pinballs, Rachel Welch, el Playboy,....
Era Stan el hermano pequeño de una familia en la que todos trabajaban para alguna firma relacionada con la NASA, aunque él se hacía esta pregunta: “¿Por qué mi padre tiene que ser un don nadie en la NASA?” Unos padres que eran unos artistas del ahorro y aprovechamiento, así como los abuelos: “Mi abuelo vivió la Gran Depresión y creía que iba a volver a pasar”. Y las abuelas también eran especiales, una les contaba historia conspiranoicas, la otra les llevaba a ver la película Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965) cada seis meses (aunque Stan prefería 2001, una odisea en el espacio o El mago de Oz). Y en este ambiente Stan desarrolló una gran imaginación, que es una forma suave de decir que era un mentiroso compulsivo. Y aunque el mundo parecía que se iba al garete, también era ilusionante con los viajes a la Luna, pues las NASA y los proyectos espaciales Apolo estaban en todas partes de sus vidas (en la prensa, en la televisión, en la publicidad,…).
Porque, en aquella época, Stan - y con él todos los baby boomers - fuimos supervivientes natos, muy alejados del actual foco sobre la contaminación o la ecología, tiempos donde el castigo físico era habitual entre padres y profesores. Y todo ello lo vivía nuestro protagonista al ritmo de la música de entonces, con las canciones de The Beatles, Monkees, The Archies, Johnny Cash o Joni Mitchell.
Y es así como la mitad del metraje de esta película es una revisión de la infancia de Stan y la segunda parte se centra en su entrenamiento para la misión espacial. Porque antes del Apolo 11 se nos sugiere este Apolo 10 ½ de nuestra historia. Y aquel 20 de julio de 1969 también la familia de Stan se concentró (como una gran mayoría de familias del mundo) alrededor de la televisión, esperando el alunizaje. Y esa historia y esas imágenes quedaron grabadas en el recuerdo de muchas infancias, la del director… pero también la mía.
Y en el colofón de esta película se nos cuenta: “Más de 400.000 personas trabajaron en el Programa Espacial Apolo. Más de 600 millones de personas vieron el primer alunizaje por televisión. Entre 1962 y 1972, 12 hombres (y un niño) pisaron la Luna. Nadie ha vuelto a pisarla por ahora…” Y el niño Stan (y con él, Richard Linklater) nos cuenta que vivió una infancia especial, que en su caso también fue espacial. Y así nos lo cuenta esta película de animación distribuida por Netflix. Un buen regalo de Reyes...
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