Las carátulas iniciales de esta película en blanco y negro se inician con dibujos infantiles y el aviso de la asistencia técnica llevada a cabo por el Departamento de Salud Mental del estado de California y el Pacific State Hospital. Una nueva película alrededor de la docencia, en este caso alrededor de un internado infantil de pacientes con deficiencia mental y diversidad funcional de muy diversa etiología. Hablamos de Ángeles sin paraíso (John Cassavetes, 1963), la tercera película como director de este insobornable pionero del cine independiente, quien comenzara como actor (y a quien reconocemos por su papel en una película de culto como es La semilla del diablo), y que aquí se atrevió a abordar con suficiente sensibilidad el retrato de esta infancia inestable y para ello contó con un trío de actores muy reconocidos, como Burt Lancaster, Judy Garland y Gena Rowlands (esposa y musa del propio director).
Jean Hansen (Judy Garland) llega a un internado educativo para niños con capacidades diversas, y donde apreciamos fenotipos característicos de síndrome de Down y otros síndromes genéticos con retraso mental (síndrome de Williams, síndrome de Klinefelter,…), parálisis cerebral, autismo y otros trastornos del neurodesarrollo. Es enfermera y pianista, pero no tiene experiencia alguna en la educación de niños, y menos aún de niños especiales, pero se arriesga a solicitar empleo en el instituto Crawthorne, donde el director Dr. Clark (Burt Lancaster) le dice: “¿Sabe algo de esta clase de niños?... Trabajar aquí no es caridad, es un trabajo duro y exigente. Y pocas personas están preparadas para ello. Los niños responden a la música. Si quiere intentarlo, puede hacerlo. ¿Conoce el sueldo?”. Y cuando Jean conoce a los alumnos, pregunta a un compañera: “¿Qué les ha pasado a estos chicos”. Y le responden: ”¿Quiere conocer todas las razones? Hay 265… El caso más frecuente se produce al nacer porque no llega suficiente oxígeno al cerebro, por un parto difícil.. Si la madre tiene el sarampión antes del tercer mes de embarazo…No sabemos todas las razones”.
A medida que pasan los días, Jean irá dándose cuenta, con prudencia pero con inconformidad, de que la base formativa del director-psiquiatra se centra en la norma y en la disciplina: “Las ideas de Clark respecto a estos niños y a su trato son discutibles”, comentan sobre él. Y así lo confirma cuando, en sus inicios, Jean encuentra a un alumno recién llegado, Ruben (Bruce Ritchey), un chico de 12 años con trastorno del espectro autista, que se encariña de la profesora y viceversa, pero que recibe estos comentarios del director: “Reuben ocupa un puesto especial en nuestra institución. Es uno de nuestros más espectaculares fracasos”. Aún así, su postura es ambivalente, como cuando en la reunión del consejo escolar tiene que oír lo de que “Aquí, los niños se dividen en tres categorías: educables, adiestrables y totalmente inadaptables”, el defiende otra postura: “¿Qué es normal? Lo normal es relativo… ¿Qué mediría antes para decidir su vida?, ¿su cociente intelectual o sus necesidades?”.
Los padres visitan ocasionalmente a sus hijos en el colegio en fechas determinadas y apreciamos como cada uno tiene una relación diferente y especial con sus hijos o hermanos. Pero algunos, entre ellos Reuben, no reciben visita, y no lo ha recibido en los dos últimos años, lo que incrementa el afecto de Jean. Y la historia nos devuelve retrospectivamente lo que ocurrió con su familia cuando aquel diagnóstico de “que es retrasado” fue recibido con la rabia por su padre y con angustia por su madre (Gena Rowlands), diagnóstico que fue confirmado por sucesivos doctores que recomendaron su ingreso en un instituto para retrasados mentales (en aquellos momento, y hasta hace no mucho, no se practicaba el lenguaje políticamente correcto). Y, a partir de entonces, los padres se divorciaron y la madre se quedó con la custodia de la hermana menor y se volvió a casar. Pero Jean sigue empeñada en que la madre venga a verle y no le abandone. Porque estos padres de Reuben primero le negaron, luego le ocultaron y finalmente le abandonaron. Y la madre le dice con poca convicción a su profesora: “Lo mejor para Reuben es estar con chicos como él. Yo he llegado a esa conclusión”.
Cuando el Dr. Clark comienza a notar que se está dando una relación demasiado estrecha entre Jean y Ruben, marcada por el paternalismo y la sobreprotección, decide cambiar a la educadora de pabellón. Y la acompaña a una visita al psiquiátrico, con el objetivo de hacerla entender cuál puede ser el final de Reuben cuando sea mayor: “No se trata de lo que usted pueda hacer por ellos, sino de lo que ellos pueden hacer por usted”.
Y estas actitudes entre director y educadora producirán un necesario choque, pero abrirán un espacio de discusión en los métodos formativos de la institución: ¿cómo se debe tratar y educar la diversidad funcional? Una pregunta que desde hace décadas está sobre la mesa, sobre lo que se ha avanzado mucho, pero sobre lo que resta mucho por aprender y mejorar. En este sentido cabe recordar que el productor, Stanley Kramer, parecía interesado en dirigir él mismo este significativo guion de Abby Mann (pues ya habían trabajado juntos, y dos años antes firmaron la película ¿Vencedores o vencidos? (El juicio de Nuremberg)), pero que al final optó por entregarlo John Cassavetes (tras desistir a última hora Jack Clayton), director avalado por su ópera prima, Shadows (1959). Se dice que como era de esperarse por su trayectoria como realizador, Kramer se permitió ciertas injerencias al serle entregada la película e hizo algunos cortes buscando que primara su tesis de que lo correcto con los niños especiales es tenerlos en una institución donde se socialicen con sus iguales y la cual se dedique particularmente a sus problemáticas; mientras que Cassavetes, defendía la idea de que, “los niños deben ser aceptados tal como son, pues, su vida tiene un sentido y un significado, pues la tragedia la creamos nosotros con la manera como interpretamos sus diferencias”. Al final, la película logra contener las ideas de ambos, pero a buen seguro que hoy en día apostaríamos por la segunda tesis.