El cáncer sigue siendo, pese a los espectaculares avances en el campo de la prevención, diagnóstico y tratamiento de estas entidades, una de las principales causas de mortalidad en el mundo. Aunque hay muchos motivos para la esperanza, el diagnóstico de “cáncer” sigue provocando una de las reacciones psicológicas más duras entre personas afectadas y sus familiares.
El cáncer es un filón para el cine, en películas de muy distinto calado: algunas películas dignas y respetuosas, llenas de valores; otras melodramáticas en busca de la lágrima fácil; algunas obras de arte y otras fácilmente olvidables. Y es así que la mirada del cine al cáncer nos devuelve arte (no siempre, pues algunas películas son de escasa calidad cinematográfica, más en la línea del sentimentalismo fácil que del sentimiento profundo), ciencia (no siempre, pues en la mayoría hay más espectáculo que rigor, donde la presencia del cáncer puede ser una mera anécdota en el guión) y, sobre todo, conciencia.
Por tanto, el cine es una oportunidad para hablar con arte, ciencia y conciencia de la enfermedad oncológica y, sobre todo, de los pacientes con cáncer y su entorno. Una oportunidad para mejorar la relación profesional-paciente, para mejorar la humanización y para abrir el debate bioético. Y hoy nos centramos al cine relacionado con el cáncer infantojuvenil, películas que nos impactan, como espectadores, como sanitarios, como familiares o como afectados. Porque si el cáncer en un adulto conmociona, este efecto se multiplica cuando afecta a un hijo o a un nieto. Porque la realidad supera a la ficción y cada día, cientos de profesionales de la sanidad hacen una labor humana y científica sin límites en el cuidado de los niños con cáncer. Una labor que dignifica nuestra profesión y que recupera nuestra estima como pediatras.
Y en este artículo de la serie “Terapia cinematográfica” proponemos un pequeño viaje a la oncología pediátrica a través de 7 películas argumentales. Estas películas son, por orden cronológico de estreno:
- Planta 4ª (Antonio Mercero, 2003), para comprender el valor del “mundo amarillo” alrededor del cáncer, es decir, el valor de esas personas que apoyan con amistad y amor.
- Cartas a Dios (Oscar et la dame rose, Eric-Emmanuel Schmitt, 2009), para interiorizar las diversas maneras de manejar el dolor de la pérdida y desmitificar el tema de la muerte.
- La decisión de Anne (My Sister's Keeper, Nick Cassavetes, 2009), para adentrarse en los diversos debates bioéticos entre lo científicamente posible y lo éticamente preciso.
- Cartas al cielo (Letters to God, Patrick Doughtie, 2010), para reflexionar sobre el valor de la fe y esperanza como elementos de superación en la enfermedad.
- Surviving Amina (Bárbara Celis, 2010), para sobrevivir al viaje en primera persona a las fases de diagnóstico y tratamiento de una enfermedad oncológica en un hijo pequeño.
- Declaración de guerra (La guerre est déclarée, Valérie Donzelli, 2011), para transitar por el maratón emocional de las fases del duelo ante la lucha contra el cáncer de un hijo.
- Yo soy uno entre cien mil (Penélope Cruz, 2016), para sensibilizar sobre la importancia de la investigación para luchar contra la leucemia infantil.
Siete películas argumentales que el cine nos regala con el cáncer infantojuvenil como protagonista y que nos devuelve esas emociones y reflexiones para sobrevivir a lo que es una verdadera declaración de guerra personal, familiar, social y sanitaria.
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