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sábado, 13 de julio de 2024

Cine y Pediatría (758). “Ponette”, duelo y resurrección

 

La historia del séptimo arte está sembrada de actores y actrices infantiles. Pequeños grandes actores que Hollywood ya nos regaló en su cine en blanco y negro, pero que nos sigue regalando en color. Y del que España no ha sido ajeno, y todo ello con sus luces y sus sombras de lo que supone la fama y los premios a tan temprana edad.    

Y entre las grandes interpretaciones infantiles cabe recordar las de Tatum O´Neal en Luna de papel (Peter Bogdanovich, 1973), Rick Schroeder en Campeón (Franco Zeffirelli, 1979), Anna Paquin en El piano (Jane Campion, 1993), Mara Wilson en Matilda (Danny De Vito, 1996), Andoni Erburu en Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997), Haley Joel Osment en El sexto sentido (M Night Shyamalan, 1999), Juan José Ballesta en El Bola (Achero Mañas, 2000), Jamie Bell en Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), Dakota Fanning en Yo soy Sam (Jessie Nelson, 2001), Abigail Breslin en Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006), Ivana Baquero en El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), Nerea Camacho en Camino (Javier Fesser, 2008), Quvenzhané Wallis en Bestias del sur salvaje (Benh Zeitlin, 2012), Waad Mohammed en La bicicleta verde (Haifaa Al-Mansour, 2012), Sofía Otero en 20.000 especies de abejas (Estibaliz Urresola Solaguren, 2023), entre otras muchas más.              

Pero lo que algunos críticos consideran la mejor interpretación infantil de la historia es la de la niña francesa Victoire Thivisol, quien con solo 4 años interpretó la película Ponette (Jacques Dillon, 1996) y por la que fue galardonada con la Copa Volpi (premio a mejor actor o actriz en el Festival de Venecia) más precoz. Pero la epopeya no es tanto por el premio, pues muchos otros niños han conseguido sendos Óscar, Goya u otros galardones por sus papeles, sino por la emoción permanente que supone ver a esta niña viviendo su personaje. Una niña que, como pasa en otras ocasiones, no tuvo una trayectoria sólida posterior en el séptimo arte, y solo se podría rescatar otra aparición de pequeña en Chocolat (Lasse Hallström, 2000), aunque una vez que llegó a la edad adulta, no se ha vuelto a dejar ver en la pantalla grande. 

Ponette es un desgarrador drama sobre esta niña de cuatro años que acaba de perder a su madre en un accidente de tráfico, en la que ambas viajaban juntas. Como su ausencia le resulta insoportable, la niña la llama, le habla, la espera y la busca. En su camino, Ponette vivirá una experiencia que los mayores no pueden entender, pero que le servirá para aceptar el hecho de la pérdida de su madre. Y todo ello con su omnipresente y angelical presencia con el antebrazo izquierdo escayolado y su muñeca Yoyotte, con sus preguntas, sus miradas, sus lágrimas y sus silencios. Una mirada infantil al duelo por la muerte de un ser querido (ni más ni menos que una madre) y la búsqueda de la resurrección. 

Tras salir del hospital acude con su padre al lugar del accidente y éste le dice: “¿Quieres prometerme una cosa? Que nunca te vas a morir”. Y ella le responde: “Puedo escupir para que no te mueras”. Queda al cuidado temporal con una joven tía viuda y sus dos primos, Delphine y Mathias. Destacan las conversaciones, casi metafísicas, sobre la vida, la muerte y la resurrección de estos tres pequeños, y así lo explican: “Ponette juega a esperar a su madre”. Y, aunque no la entienden, ella mira al cielo y demanda a su madre: “Ahora se han ido todos. Podrías venir. Podrías hacer el esfuerzo”. Y les dice a todos que su madre vuelve a verla todas las noches en sus sueños y que regresará volando. 

Ante esta situación que persiste en el tiempo, el padre de Ponette le habla con crudeza: “Dios no habla con los vivos. Dios es para los muertos… Debes volver al mundo conmigo, con tus primos y con los seres vivos. No te quitará la pena inventar historias”. Y en el colegio conoce a otros compañeros, entre ellos a Ada, la niña judía que lo sabe todo de Jesús y a la que pide consejo, pero también a algún compañero más cruel con sus sentimientos: “Cuando una madre muere es porque su hija ha sido muy mala, malísima ¿entiendes?”. Y es que también en la infancia se puede esperar todo, bueno y malo, por lo que nuestra protagonista llega a confesar: “Tengo ganas de desaparecer para siempre. Para ir a ver a mi madre”

Y es así como Ponette se constituye en un cuento tan cruel como maravilloso que se adentra en la muerte, el duelo y la religión a través de la humilde e inocente mirada de la infancia, con ese espíritu que tuvimos todos alguna vez en nuestro intento por comprender la vida. Y nuestra protagonista juega repitiendo la expresión “talitha qum”, las palabras que resucitaron a la hija de Jacob… y al final consigue ver a su madre (Marie Trintignant, hija del actor Jean-Louis Trintignant, la que, poco años después de esta película, tuvo una triste experiencia con su muerte), quien le trae un jersey rojo y un gran consejo, que repite a su padre: “Me ha dicho que aprenda a estar contenta”. Un final, antes del fundido en blanco, tan desgarrador y bello como la interpretación de Victoire Thivisol. Sin duda, ya, inolvidable (eso sí, para captar toda la esencia, es preciso ver la película en versión original, aconsejable siempre, pero más aquí) cuando llora, cuando reza o cuando se chupa el pulgar del brazo escayolado. 

Bendita infancia…, pero a veces con un cruel devenir.

 

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