sábado, 17 de agosto de 2024

Cine y Pediatría (763). La relación maternofilial desde la cotidianidad

 

Las relaciones entre progenitores y su fratria se ha plasmado en el séptimo arte con todas sus combinaciones: padre-hijo, padre-hija, madre-hijo y madre-hija. Y, de todas ellas, es especialmente esta última la que ha dado más juego, tal como hemos vista ya en Cine en Pediatría en títulos que llegan de diferentes países: desde Estados Unidos, La flor del mal (Peter Kosminsky, 2002), Madres e hijas (Rodrigo García, 2009) y Mamá te quiere (Aneesh Chaganty, 2020); desde Francia, El árbol (Julie Bertucelli, 2010), Ava (Léa Mysius, 2017) y Petite maman (Céline Sciamma, 2021); desde México, Las hijas de Abril (Michel Franco, 2017); desde Israel, Asia (Ruthy Pribar, 2020); y desde España, Cinco lobitos (Alauda Ruiz de Azúa, 2022). Y seguimos en España para revisar esta relación maternofilial desde la cámara de otra directora española (también guionista) que ha dedicado a este tema sus dos únicos largometrajes: hablamos de la sevillana Celia Rico Clavellino.          

Celia Rico Clavellino debutó en el largometraje con Viaje al cuarto de una madre (2018), una deslumbrante mirada interior a la relación entre una madre y una hija, donde la complejidad de las relaciones se abordan desde la sencillez y cotidianidad, su verdadera seña de identidad. Y para ello contó con dos actrices en estado de gracia: la madre, Estrella (Lola Dueñas, a quien conocemos en Cine y Pediatría por su participación en Yo, también - Ávaro Pastro, Antonio Naharro, 2009 -), y la hija, Leonor (Anna del Castillo, protagonista en El olivo - Iciar Bollaín, 2016 - y Adú - Salvador Calvo, 2020 - ). Y las tres, directora y actrices, fueron nominadas a los premios Goya en su momento.    
 
Estrella y Leonor viven en un pequeño pueblo juntas. Madre e hija conviven con respeto, nunca se hablan mal y no quiere hacerse daño; incluso preservan en soledad las lágrimas por el marido y padre fallecido. La hija trabaja planchando a destajo en una fábrica de ropas, pero quiere volver a estudiar inglés y viajar a Londres. Pero no puede ejecutar su deseo por esa culpa de dejar sola a su madre, quien tampoco le apoya inicialmente. Porque el abandono de los hijos del hogar es parte del ciclo vital, e importante por el futuro que viene y el pasado que se deja atrás. 

Y este tema del nido vacío se trata aquí de forma contenida e intimista, con escenas tan cotidianas como la de ambas sentadas en el sofá, tapadas con una manta, pues la mayor parte de la historia tiene lugar en el salón de casa y en ese tour de forcé entre ellas dos. La exclamación de Leonor es clara, “Mamá, es que no aguanto más esta casa. No quiero volver”. Porque la madre no quiere que se vaya su hija, pero tampoco se ve capaz de retenerla a su lado, por lo que ambas tendrán que afrontar esta nueva etapa de la vida en que su mundo en común se tambalea. Y la frase final de la madre en la despedida: “¿Estás feliz?”; y la respuesta de la hija, en el abrazo: “Creo que sí”. Y fin, con fundido y negro y una dedicatoria: “A mi madre”. 

Y esta dedicatoria de Celia Rico Clavellino posiblemente se repite en su segundo y reciente largometraje: Los pequeños amores (2024), otra convivencia entre una madre y una hija, donde la cotidianidad reaparece en ese caluroso verano. Y de nuevo dos actrices mano a mano: la madre, Ani (Adriana Ozores, a quien conocemos en Cine y Pediatría por su participación en Manolito Gafotas – Miguel Albadalejo, 1999 -), y la hija, Teresa (María Vázquez). 

Ani vive sola en su casa del pueblo y sufre una caída mientras pintaba la fachada. Y su hija Teresa viene de Madrid a cuidarla, por lo que ha tenido que cambiar sus planes de ese verano (iba a visitar a un nuevo amigo). Y vamos conociendo a los personajes: Ani es una madre ruda, reivindicativa y no muy conformista, que intenta convivir con las nuevas tecnologías y todo lo que no conoce lo pregunta al buscador de internet en su tableta, mientras convive con su menopausia (de ahí los consejos a su hija: “Empieza a tomar soja, para prepararte a la menopausia y sus calores”); Teresa vive en Madrid, es amante de las matemáticas y sigue soltera entrada en la cuarentena, por lo que su madre le dice: “Si no le dieras tantas vueltas a las cosas… Al final te vas a quedar sola”. Entre ellas aparece el joven pintor de brocha gorda (Aimar Vega) que tiene anhelos de estudiar para convertirse en actor y que será como un soplo de aire fresco ante la agobiante relación entre madre e hija, y en un momento le pregunta a Teresa: “¿Lloras por lo que te ha pasado o por lo que todavía no ha pasado?”. Y suena la canción “Todo me sabe a poco”, del cantante español conocido como Alizzz. 

De nuevo una película costumbrista, intimista y sencilla alrededor de los vínculos de una madre y su hija, con potentes diálogos y con el único escenario de esa casa de campo. A destacar esa escena de ambas sobre la cama y en camisón durante una de esas cálidas noches de verano, donde las confesiones de cada nos acercan a una vida anterior cuando tuvieron que salir adelante al fallecer el padre, cuando Teresa se fue de casa y les gustaba viajar juntas, y el nuevo amor de la hija con un hombre casado, de ahí la pregunta: “¿Qué esperas de todo esto? Supongo que te da miedo esperar algo…”

Con el fin del verano, Teresa regresa a Madrid. Y oye el mensaje que su madre le ha dejado en el teléfono, reflejo del cariño reavivado, momento que la canción “Go to Sleep” del grupo británico The Kinks, pone punto y final a esta relación madre-hija desde el punto de vista de una hija que, posiblemente, nunca será madre. 

Y estas dos películas de Celia Rico Clavellino, un cine de mujeres tan en boga en nuestro país, se sustentan en varios puntos en común: esa relación madre-hija (con grandes interpretaciones de sus actrices), bajo la sombra del padre fallecido, y tratadas desde la intimidad del hogar, la cotidianidad de sus diálogos y la contención en la dirección. Buen cine alrededor de ese ecosistema que es la familia. Esos pequeños amores que nos permiten viajar al cuarto de una madre.

 

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