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sábado, 31 de agosto de 2024

Cine y Pediatría (765) El “Secreto compartido” de la bulimia

 

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) representan la tercera causa de enfermedad crónica en niños y adolescentes, después del asma y la obesidad. La prevalencia en la población se sitúa en 0,3% para anorexia nerviosa, 1% para bulimia nerviosa y 1,6% para el trastorno por atracones, muchas veces asociado a obesidad. Los TCA son más frecuentes en la adolescencia que en cualquier otra época de la vida y hay estudios que encuentran que hasta el 40% de los adolescentes hacen o han hecho dieta y que el 13% desarrolla algún trastorno alimentario. La edad media de inicio son 12,5 años, es tres a cinco veces más frecuente en mujeres que hombres y afecta a todas las razas y niveles socioeconómicos. 

El cine no ha sido ajeno a presentar estos TCA, aunque quizás no con la frecuencia con la que el problema está afincado en nuestra sociedad. Hasta ahora, solo hemos abordado este tema en la película Hasta los huesos (Marti Noxon, 2017), la historia de Ellen, una joven estadounidense de 20 años con anorexia nerviosa. Ante este debe, es bueno recuperar algunas otras películas y algunas tendrán formato de telefilme o documental, pero todas son válidas para conocer el problema y concienciar sobre la enfermedad. Y hoy hablaremos de Secreto compartido (Katt Shea, 2000), un telefilme basado en historias reales, tal como nos avisa al inicio, y en este caso se trata de Beth, una adolescente estadounidense de 14 años con bulimia nerviosa.  

Beth (Alison Lohman, en un gran papel, y a quien ya conocimos como actriz principal de La flor del mal - Peter Kosminsky, 2002- y en el reparto de Big Fish - Tim Burton, 2003 – o Cosas que perdimos en el fuego – Susanne Bier, 2007 -) es la única hija de un matrimonio separado; vive con su madre, psiquiatra de profesión y quien pasa mucho tiempo en el trabajo, pero también convive con su padre, actualmente con otra pareja y con un hijo pequeño. Se nos presenta como una adolescente modélica, educada, alegre, buena hija, buena estudiante y compañera, y también aplicada en el ballet. Pero guarda desde hace tiempo un secreto, que acaba confesando a otras dos amigas obsesionadas por el peso. 

A medida que avanzan las escenas, vamos reconociendo su patrón: come pocas veces, generalmente con atracones (especialmente dulces por la noche, en su dormitorio), y luego lo vomita (con una técnica que es su mejor secreto, ahora compartido) y hace ejercicio a deshoras. Una serie de ritos que su madre no detecta, pero cuando percibe que está algo débil o que se ha desvanecido en el instituto, le llega a decir: “¿Tengo que preocuparme por ti?”. Tampoco en la revisión médica detectan el alcance del problema, y catalogan su anemia o pérdida de cabello como “crisis de la edad”, todo un eufemismo. Al final es la alarma que una de las responsables del centro escolar recibe de las compañeras de Beth. Y finalmente debe confesar a su madre lo que lleva viviendo desde hace tres años y promete cambiar: ”Lamento decepcionarte así”. Pero la situación no es fácil ni el cambio tampoco, y acaba por reivindicar su situación, y las palabras a su madre son más duras: “Tú no me conoces. Nadie me conoce. No estás aquí. Yo estoy aquí, siempre estoy aquí. Esto no se trata de ti”. Y en las palabras de la madre sirve de poco su profesión: “¿Por qué te estás haciendo esto? No quiero que te lastimes de esta manera”. Porque la madre puede ayudar a otras personas con su psicoterapia, pero no lo ha podido hacer con su hija, lo que incrementa su sentimiento de culpabilidad. 

Tras catalogar su bulimia nerviosa acude a centros psiquiátricos y también al internamiento. La compañera psiquiatra comenta a la madre: “No se trata de adelgazar… se trata de emociones”. Y le explica que cabe aplicar un enfoque sistemático para comprenderla y amarla, no para corregirle. Y nos quedamos con los bocetos de la estatua del jardín donde Beth está internada y sus palabras: “A veces tengo tanto miedo, mamá. Que va a pasar entre nosotras…” 

Según la última edición del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-5), Beth presenta un TCA calificado como bulimia nerviosa, y cuyos criterios diagnósticos son: episodios recurrentes de atracones (un atracón se caracteriza por ingestión, en un período determinado, de una cantidad de alimentos que es claramente superior a la que la mayoría de las personas ingerirían en un período similar en circunstancias parecidas, así como la sensación de falta de control sobre lo que se ingiere durante el episodio) y comportamientos compensatorios inapropiados recurrentes para evitar el aumento de peso, como el vómito autoprovocado, el uso incorrecto de laxantes, diuréticos u otros medicamentos, el ayuno o el ejercicio excesivo. Los atracones y los comportamientos compensatorios inapropiados se producen, de promedio, al menos una vez a la semana durante tres meses. 

Es Secreto compartido una película que no pretende ser una obra maestra del séptimo arte, pero sí un vehículo para dar a conocer esta realidad, la de Beth, fundamentada en casos reales. Y para que, desde este mejor conocimiento de los TCA, podamos detectar la situación de forma precoz desde las familias, centros educativos y centros sanitarios. Y con dos mensajes para llevarse a casa: que es importante ayudar a las familias a comprender que no son responsables de la enfermedad y tampoco su hijo/a, lo que facilitará aceptación de la enfermedad; y que cabe guiar sobre una alimentación saludable, con patrones de alimentación normalizados, en el que es importante focalizar la atención en los hábitos de alimentación saludables más que en el peso.

 

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