Son decenas el número de películas que hemos ido desgranando ya en Cine y Pediatría alrededor de la docencia en las aulas y junto a esos alumnos peculiares y profesores singulares. Algunos de estos docentes ya quedan grabados en nuestra memoria fílmica, y baste recordar algunos como Arthur Chipping o Mr. Chips, Ana Sullivan, Mark Thackeray, John Keating, Glenn Holland, Sean McGuire, Katherine Watson, Clément Mathieu, Erin Gruwell, Brad Cohen, Bachir Lazhar, Anne Gueguen, Dieter Bachmann, María Montessori, entre otros muchos profesores ficticios o reales.
Profesores singulares en la formación de la infancia, a los que hoy sumamos dos títulos más, uno desde Italia y el otro desde Francia (país donde la filmografía alrededor de la educación siempre ha estado muy presente), aunque ambientado en Groenlandia.
- Un profesor singular (Marco Ferrari, 1979) gira alrededor de Roberto (Roberto Beningni), un joven neófito en la docencia, quien consigue un nuevo trabajo como profesor en una guardería y acaba incorporando peculiares métodos educativos. Es el primer y único encuentro entre dos italianos singulares, el director Marco Ferreri (quien filmó en España tres obras que se encuentran entre lo mejor de su filmografía: El pisito, 1958; Los chicos, 1959; y El cochecito, 1960) y el actor Roberto Benigni (que forma parte ya de Cine en Pediatría en obras como La vida es bella y Pinocho, en ambas como director y actor). Para el histriónico Beningi este era su segundo papel protagonista, tras Berlinger, te quiero (Giuseppe Bertolucci, 1977) y su pequeño papel en La Luna (Bernardo Bertolucci, 1979).
Y es que el papel le va Benigni como anillo al dedo, el de este histriónico profesor que se enfrenta cada día a decenas de preescolares y que usa particulares métodos docentes, como un televisor, una grabadora o un asno. No es de extrañar que alguien le diga: “Hoy en día los maestros estáis locos”. Y con los persistentes acordes del bandoneón del tango, somos espectadores de su enamoramiento con Isabella (Dominique Laffin), la madre de una de sus alumnas, así como su convivencia con un compañero de piso, Luca el Magnífico, con un fenotipo peculiar que mezcla características de un síndrome de Margan y un cromosoma X frágil, así como ese alumno que no habla y no quiere comer, GianLuigi, con rasgos de un trastorno del espectro autista (distorsión profesional, claro está, ambas divagaciones).
Una extraña película, no fácil de entender y encuadrar, donde la excesiva espontaneidad actoral y la libertad de grabación nos lleva a la isla de Cerdeña, allí donde acuden algunos niños de la guardería con Roberto e Isabella a punto de parir, momento en el que una niña nos devuelve esta reflexión: “Todos nacemos de la tripa. Después te haces mayor, vas a la escuela. Luego te vuelves viejo”. Y el final de la película nos lleva a esa playa donde las olas ahogan el llanto del recién nacido y el sonido del bandoneón.
Porque Un profesor singular es una película singular de la suma de un director y actor singulares que se enfrentan a un guion singular.
- Profesor en Groenlandia (Samuel Collardey, 2018) es la historia de Anders (Anders Hvidegaard, interpretándose a sí mismo), un profesor recién licenciado, quien decide dejar su Dinamarca natal en busca de una aventura laboral en Groenlandia (como sabemos, un territorio danés autónomo que es la mayor isla del mundo y que atesora una de las más bajas densidades de población). De nuevo un profesor sin experiencia, como nos ocurría en Un profesor singular, pero aquí con toques de la mítica Nanook, el esquimal (Robert J.Flaherty, 1922) y de aquella famosa serie de televisión de la década de los 90, Un doctor en Alaska. Una película con paisajes increíbles, auroras boreales y climatología extrema, un mundo de nieve y hielo que nos devuelve maravillosos fotogramas (fotografía realizada por el propio director). Y no es la primera vez que el director francés, Samuel Collardey, nos presenta ese contraste entre la vida de ciudad y la vida rural, y así ya lo vimos en films previos como L´apprenti (2008), Como un león (2013) o Tempête (2015).
En esa inmensidad se encuentra Tiniteqilaag, un asentamiento con unos cien habitantes, un conjunto de casas de colores dispersas entre el blanco del paisaje, casas sin agua corriente donde tres veces a la semana llegan “los hombres de mierda” a llevarse los restos del inodoro. En ese contexto, no es difícil entender que Anders sienta el reto en primera persona y, además, se siente extraño y alejado de sus habitantes, al ser una comunidad muy cerrada. Su misión será enfrentarse a una decena de niños algo rebeldes entre 7 y 10 años, donde aprenden en danés (no en groenlandés). También percibe que la mayoría de estos alumnos no viven con los padres, sino con los abuelos. Y pregunta: “¿Sabéis si algún niño no come lo suficiente en casa?”.
El tiempo pasa y el desánimo no mejora, pues la falta de respeto de los alumnos hacia la escuela no es posible mejorarla con los padres, quienes no dan importancia a la escolarización. Y donde va percibiendo la tensión que implica que los daneses no sean bien recibidos, a los que consideran colonizadores de su territorio. Con el tiempo, Anders cuestionará sus convicciones centroeuropeas y aceptará su nuevo estilo de vida polar, donde establece una especial relación con el niño Asser (quien está más tiempo pescando con el trineo del abuelo que en la escuela).
Curiosamente, un conflicto de fondo entre Dinamarca y Groenlandia filmado por un francés, y con un dilema personal, el de este profesor que toma una decisión final con el avistamiento de ballenas que disfrutan Anders y Asser. Una película entre la ficción y el documental que termina así: “Cuando se acabó de hacer esta película, en enero 2018, Anders Hvidegaard aún era maestro en Tiniteqilaag”.
Dos profesores singulares entre las infancias del mundo…
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