Se conoce como orfanato (también referido como orfanatorio, orfelinato y más recientemente como centro de acogida de menores o centro de protección de menores) a una institución encargada del cuidado de los menores de edad huérfanos o abandonados (expósitos), pero también de los niños, niñas o adolescentes a quienes las autoridades han separado de sus progenitores, retirándoles la patria potestad.
En un breve resumen histórico cabe recordar que los romanos formaron sus primeros orfanatos alrededor del año 400 d. C. y que ya en la Europa medieval el cuidado de los huérfanos solía residir en la Iglesia. El crecimiento de la filantropía sentimental en el siglo XVIII llevó a la creación de las primeras instituciones de caridad que atenderían a los huérfanos y así fue fundado en Londres en 1741 el Hospital de Niños Expósitos. A principios del siglo XIX, el problema de los niños abandonados en las zonas urbanas, especialmente en Londres, comenzó a alcanzar proporciones alarmantes y apareció el sistema de “workhouse”, un intento de albergar a los huérfanos así como a otras personas vulnerables de la sociedad que no podían mantenerse a cambio de trabajo. Novelas como “Oliver Twist” de Charles Dickens destacaban la difícil situación de los vulnerables y las condiciones a menudo abusivas que prevalecían en los orfanatos de aquella ciudad. Fue en ese siglo cuando aparecieron orfanatos en otros países, con filántropos muy influyentes como Thomas John Barnardo o Elizabeth Schuyler Hamilton. Se cuenta que el primer orfanato de la historia en España se encuentra en Valencia y se fundó en el siglo XV con San Vicente Ferrer a la cabeza, conmovido ante las necesidades de tantos niños sin familia ni hogar que vagaban por la ciudad.
Cabe decir que la imagen del orfanato aparece ocasionalmente en películas, en particular dentro de los géneros terror y drama, ya que la mera idea de no tener una familia genera sensaciones negativas y a esto se suma el miedo de que el personal a cargo de los menores quiera hacerles daño. Y a buen seguro que los orfanatos llegaron a ser la solución temporal a un grave problema, si bien por encima de sus fortalezas se escuchan más sus debilidades, situación asimétrica y no siempre justa. Aunque es cierto que en los siglos que lleva existiendo este tipo de instituciones, son numerosas las historias reales de abusos psicológicos y físicos por parte de los cuidadores, situaciones no denunciadas en su mayoría, aunque algunas van saliendo a la luz con el tiempo.
Algunas películas alrededor de los orfanatos ya han sido analizadas en Cine y Pediatría. Y cabe comenzar por la adaptación cinematográfica de esa obra cumbre de Charles Dickens, “Oliver Twist”, publicada en 1838, y de la que se han realizado diversas versiones en la gran pantalla, siendo las dos más conocidas el Oliver Twist de David Lean (1948) y el de Carol Red (1968), esta como musical; pero también la versión previa de Frank Lloyd (1922) y la posterior de Roman Polanki (2005), amén de otras películas de animación o para la televisión. Pero también el orfanato es un lugar destacado en films como Las normas de la casa de la sidra (Lasse Hallström, 1999), Las hermanas de la Magdalena (Peter Mullan, 2002), Los niños de San Judas (Aisling Walsh, 2003), El triunfo de un sueño (August Ruhs) (Kirsten Sheridan, 2007), Color de piel: miel (Laurent Boileau, Jung Henin, 2012), La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016), Los niños de Windermer (Michael Samules, 2020) o La guerra de los Lulus (Yann Samuell, 2023), entre otros.
Pero también el orfanato forma parte de algunas películas españolas, siendo las más características aquellas que entran del género de terror fantástico: El orfanato (JA Bayona, 2007), incluida en el subgénero de casas encantadas, donde los protagonistas principales son Laura (Belén Rueda), aquella niña adoptada que ya adulta regresa con su familia a ese orfanato abandonado en el que creció en su infancia (y con el propósito de abrir una residencia para niños discapacitados), y su hijo Simón (Roger Princep), quien comienza a tener amigos imaginarios, como una nueva lectura del cuento de Peter Pan; y también El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001), un cuento de terror gótico ambientado en las postrimerías de la Guerra Civil Española y en el entorno de un orfanato, en donde conviven niños huérfanos sin hogar víctimas de la guerra con la dura directora (Marisa Paredes), el revolucionario profesor (Federico Luppi), la ingenua maestra (Irene Visedo), el agrio portero (Eduardo Noriega) o el líder de los niños del orfanato (Íñigo Garcés). Pero no son las únicas, pues el orfanato también forma parte esencial de la historia de 22 ángeles (Miguel Bardem, 2018), película histórica sobre la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna conocida como Expedición Balmis y de un orfanato gallego parten los 22 niños niños huérfanos (de entre 8 y 10 años) que serían inoculados, brazo a brazo, con la vacuna de la viruela que aún vivia en su cuerpo; o en Llenos de gracia (Roberto Bueso, 2022), comedia basada en hechos reales entre unas monjas y los huérfanos acogidos en ese colegio y alrededor del fútbol. Y hoy el orfanato regresa en una película que es una rara avis del cine fantástico: El niño de la luna (Agustí Villaronga, 1989).
Y es que el director y guionista Agustí Villaronga atesora en su trayectoria algunas de las películas más arriesgadas y perturbadoras que existen en el cine contemporáneo escrito con ñ y con una característica en su particular visión de la infancia: para Villaronga la infancia siempre es violada, literal o metafóricamente. Y su ejemplo más conocido es la multipremiada Pan negro (2010), pura memoria histórica alrededor de la postguerra civil española con el protagonimos del niño Andreu (Francesc Colomer) y su familia. Una película fiel a las constantes del director en la creación de ambientes sofocantes y opresivos, con imágenes y escenas de una contundencia abrasadora, llevando al espectador a los límites de lo soportable. Y esas constantes ya estaban presentes en El niño de la luna, una de sus primeras películas como director y guionista, y cuyos títulos iniciales de crédito van acompañados de imágenes oníricas.
Libremente inspirada en una novela homónima del polifacético inglés Aleister Crowley, y con la banda sonora del dúo Dead Can Dance y su tema “Moon Child”, se gesta bajo la batuta de Villaronga esta fantasía singular e irrepetible que es El niño de la luna, fallida en algunos aspectos (como quizás su excesivo metraje). Y aunque fue nominada a los Goya y en Cannes, obtuvo menor recepción en taquilla que su película anterior y ópera prima, la visceral e irrepetible Tras el cristal (1986).
Se cuenta que desde tiempos remotos, en el África Negra, una tribu espera la llegada de un dios encarnado en un niño blanco, el Hijo de la Luna. David (Enrique Saldaña), un niño huérfano que vive en un orfanato en tiempo de entreguerras, conoce la profecía y en su mente infantil surge la idea de que ese niño es él y debe cumplir su destino. “Me han dicho que te crees diferente a los demás chicos, ¿por qué?”, le dice Victoria (Maribel Martín), la mujer que busca a niños con poderes sobrenaturales. Y una anciana (Mary Carrillo) le expresa: “Recuerda, David, tienes el poder de la luna en tus ojos”.
Una organización de carácter científico adopta a David, quien le comunica: “De todas maneras todos tenemos aquí algo raro. Si realmente tienes capacidades, te enseñaremos muchas cosas. Pero no olvides que nosotros somos como tu familia y que lo que aprendas a desarrollar aquí no lo puedes usar solo para ti, porque el castigo será muy grande”. Hasta que descubre que la organización pretende canalizar la energía lunar en un recién nacido, al cual David ve como un usurpador. Lo organizan todo para la concepción, embarazo y nacimiento del niño de la luna y eligen para ello a una mujer ex alcohólica, Georgina (Lisa Gerard, precisamente líder del grupo Dead Can Dance, una australiana con una voz muy particular – recordemos su participación en la BSO de dos películas de Ridley Scott, Gladiator y Black Hawk Down -, pero con una capacidad actoral limitada, de forma que esta fue su primera y última incursión actoral). Y finalmente serán estas dos mujeres, Victoria y Georgina, quienes ayudarán a David a cumplir su destino: “Sabes qué me preocupa: ¿si un niño puede nacer dos veces?”, le dicen.
El niño de la luna es una película atrevida visualmente, con un sentido estético quizás excesivo, allí donde el amor, la aventura, lo sobrenatural e incluso la muerte entrarán a formar parte de la vida de este niño de orfanato. Una película que, salvando las diferencias, mezcla la distopía de Gattaca (Andrew Niccol,1997) y La isla (Michael Bay, 2005) con toques de Mater amatísima (José Antonio Salgot,1980). Una rara avis.
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