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sábado, 7 de diciembre de 2024

Cine y Pediatría (778) “Siempre nos quedará mañana”, pero mejor que sea hoy…

 

En estas fechas el mundo recuerda con especial énfasis los Derechos Humanos, con especial hincapié en estos derechos en la mujer, la gran perdedora de la historia. Porque el pasado 25 de noviembre se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el cual se une a la campaña «16 días de activismo contra la violencia de género» que desde este 25 de noviembre se finaliza el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos. Una campaña, pues, en la que seguimos inmersos y que tiene como objetivo llamar a la acción para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas en todo el mundo y cuyo recuerdo debe ser diario, constante, en todo país y lugar. Y ello porque los datos que proporciona la OMS sobre cualquier tipo de maltrato a la mujer (de cualquier edad, también niñas y adolescentes) son escalofriantes. 

Y ante esa situación de violencia contra la mujer, cabe mantener una actitud de denuncia. Y esa denuncia social es la que nos regala una de las películas italianas más taquilleras del pasado año: Siempre nos quedará mañana (Paola Cortellesi, 2023), en lo que es la ópera prima en la dirección de esta actriz y que se vale de dos recursos de gran efectividad: el uso del blanco y negro (que evoca la estética del cine clásico italiano de posguerra y que asemeja al Neorrealismo, aunque adopta un tono más estilizado y contemporáneo) y su cautivadora narrativa (que logra equilibrar la oscuridad con la esperanza, donde las escenas más crueles se endulzan con un estilo casi de musical, hasta un final muy simbólico). 

La primera escena ya nos descoloca: una mujer se despierta en la cama, da los buenos días al marido y este le da una bofetada. A partir de ahí vamos descubriendo la historia de Delia (Paola Cortellesis), una ama de casa que soporta el abuso físico y psicológico de su esposo Ivano (Valerio Mastandrea) en un contexto de posguerra (estamos en el año 1946 en Roma) marcado por el patriarcado extremo y un machismo tan real ayer, como escalofriante hoy. Delia es una esposa sumisa, en el que los insultos y golpes no le son ajenos y se resigna, por lo cual hasta normaliza el que su marido le despida así al irse de casa: “A ver si haces algo bien hoy”. Y ese algo es ser una mujer laboriosa que combina los trabajos domésticos con otras labores fuera de casa (remendar y lavar ropa, arreglar paraguas, o poner inyecciones por las casas, que todo vale para salir adelante). En los primeros cinco minutos somos conocedores de ese matrimonio y sus tres hijos, la adolescente Marcella (Romana Maggiora Vergano) y dos hermanos menores, malhablados y pendencieros, que ya beben desde la cuna ese néctar de superioridad del hombre sobre la mujer, y baste esta frase que el padre dirige a Marcella cuando le justifica por qué no le ha dejado estudiar: “Franchino y Sergio van porque son chicos…Tienes suerte de que te dejara hacer prácticas y ahora trabajes. Tú trae dinero a casa y ayuda a la inútil de tu madre”. Y el cuadro familiar tiene la guinda en el abuelo paterno, quien vive recluido en una habitación de ese pequeño hogar. 

Delia encuentra pequeños destellos de alegría en su relación con su hija mayor y en su limitada interacción con el mundo exterior, donde se refleja su espíritu vital y anhelos reprimidos, como su amiga del mercado, su antiguo novio Nino o ese soldado negro americano que le hace una foto. Y todos saben que su marido la maltrata, pero todos callan y ella le excusa diciendo que es que está nervioso “porque ha ido a dos guerras”. Y su hija le recrimina: ”¿No ves que eres un felpudo? No vales nada, no cuentas para nada…Antes de acabar como tú, me suicidaría”, a lo que ella le responde: “¿Y a dónde me voy yo?”. Y en esa cárcel de hogar en el que vive es cuando Delia recibe una misteriosa carta a su nombre que guarda en secreto… y que será un verdadero golpe de efecto al final. 

En ese contexto de ninguneo a la esencia de mujer que es Delia (realmente lo vivimos más los espectadores que ella), acontece la pedida de mano de Marcella por parte de su novio Giulio, un chico de familia acomodada. Y lo que llegaba como un halo de luz a esa familia, enseguida vemos que no es así, tal como vivimos en la escena de la comida de las dos familias (que refleja la gran tensión social de aquellos tiempos) y, poco después, cuando la madre oye al novio decir, “Serás sólo mía. Irás al trabajo sin maquillaje”, y teme que se reproduzcan en su hija los patrones que ella sufre, y que podemos imaginarnos con los consejos que se suegro da a su marido: “Lo estás haciendo mal con Delia… No puedes pegarle siempre. Se va a acostumbrar. De vez en cuando, una buena paliza para que lo entienda. Yo hacía eso con tu pobre madre. ¿Nos viste discutir alguna vez?... Deli es una buena ama de casa, solo que contesta. Tiene que aprender a callarse. No dejes que la oiga llorar, me da pena”. 

Y toda esta dura historia se integra con música anacrónica y coreografías inesperadas, aportando un toque de ligereza y surrealismo a una historia oscura. Y viene aderezada de canciones que intentan aliviar de tanto padecer, lo que pone una nota de color al blanco y negro. Y la B.S.O. incluye temas tan distintos como “Calvin” de los neoyorkinos Jon Spencer Blues Explotion, “B.O.B. (Bombs Over Baghdad)" de los raperos Outkast, o canciones italianas como “La será dei miracoli” de Lucio Dalla o “Boca chiusa” de Daniele Silvestri, siendo esta el colofón musical para ese final con tanto significado y que termina con este texto explicativo: “En Italia, el domingo 2 y el lunes 3 de junio de 1946 se celebraron las primeras elecciones con derecho a voto para las mujeres. El 89% se lanzó a las urnas. De 25 millones de votantes, 13 millones fueron mujeres”. Y esta frase de la periodista y sufragista Anna Garofalo: “Nos aferramos a nuestras papeletas como a cartas de amor”. 

Y es que en la película Siempre nos quedará mañana se incluye el trasfondo histórico del voto femenino en Italia, un hito político que sirve como metáfora de la lucha de Delia por su dignidad y derechos en un sistema opresivo. Y este camino lo vivimos durante las casi dos horas de metraje hasta ese final histórico y esperanzador. Y con esta película, y en estas fechas actuales de «16 días de activismo contra la violencia de género», podemos debatir y reflexionar sobre temas como la violencia de género dentro del hogar (y cómo afecta tanto a las víctimas directas como a los testigos, incluidos los hijos, quienes pueden reproducir un modelo nefasto de asimetría entre el hombre y la mujer), el contraste entre lo público y lo privado (como Delia se presenta como una mujer fuerte y alegre fuera de casa, en contraste con la sumisión que muestra dentro de su hogar), el peligro del silencio de la comunidad (cuando se acepta en una sociedad machista o no, pero que calla y no denuncia) y el valor del empoderamiento femenino (donde esta historia subraya que también las pequeñas decisiones en actos cotidianos pueden desencadenar grandes cambios). 

Se ha avanzado mucho en los derechos de la mujer y la igualdad, pero queda mucho por hacer en el mundo. Y, aunque siempre nos quedará mañana, mejor que sea hoy…

 

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