sábado, 21 de diciembre de 2024

Cine y Pediatría (780) “Mi vecino Totoro” y nuestro amigo Hayao Miyazaki

 

Studio Ghibli es una de los estudios de animación más prestigiosos del mundo, reconocido por su capacidad para contar historias conmovedoras y visualmente impactantes. Fundado en 1985 por Hayao Miyazaki e Isao Takahata, el estudio ha producido algunas de las películas animadas más icónicas y queridas de todos los tiempos. Este estudio nació después del éxito de Nausicaä del Valle del Viento (Hayao Miyazaki, 1984), una película que versa sobre la lucha por la supervivencia en un mundo postapocalíptico, con una protagonista fuerte y compasiva. Y, aunque técnicamente no es una producción de Ghibli, esta película marcó el tono y los valores del estudio. 

El nombre "Ghibli" proviene de un modelo de avión italiano y significa "viento caliente del desierto". La elección simboliza el deseo del estudio de ser un soplo de aire fresco en la industria del cine animado. Y bien que lo logró, pues ha acabado convirtiéndose en un referente tanto artístico como cultural, con unas características bien definidas: narrativas profundas (aunque orientadas hacia el público infantil, sus temas y personajes son universales, explorando cuestiones como el amor, la pérdida, la guerra, el medio ambiente y la identidad personal), animación artesanal y preciosista (donde los fondos, pintados a mano, son detallados y creíbles y su belleza trasciende la animación convencional), con protagonistas principalmente femeninas (y que son niñas y jóvenes de gran complejidad), mundos fantásticos, gran respeto por la naturaleza y la ecología, valores éticos y de humanización, y una fuerte influencia cultural profundamente enraizadas en la cultura japonesa. 

El principal cineasta y rostro reconocible de Studio Ghibli es Hayao Miyazaki, uno de los cineastas más importantes y reconocidos en la historia de la animación y el cine japonés en general. Pero cabe no olvida a otros como son: Isao Takahata, cofundador y autor de películas como La tumba de las luciérnagas (1988), Mis vecinos los Yamada (1999) o El cuento de la princesa Kaguya (2013); Yoshifumi Kondō, que fue considerado el sucesor de Miyazaki, aunque falleció prematuramente, y nos dejó obras como Susurros del corazón (1995); o Gorō Miyazak, hijo de Hayao, quien ha dirigido películas como Cuentos de Terramar (2006) y La colina de las amapolas (2011). 

Dos películas de Studios Ghibli ya han formado parte de Cine y Pediatría: La tumba de las luciérnagas (Hayao Miyazaki, 1988), una de las mejores películas antibelicistas de todos los tiempos, y que nos habla de la niñez rota, de la violación de la inocencia, de la crueldad humana, del desinterés y el egoísmo en tiempos de guerra; y El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001), un poema intimista a través de la odisea física y espiritual de esa niña de 10 años atrapada en un mundo mágico y ancestral, y que quizás sea el mayor éxito de su director, ganadora del Óscar a mejor película animada. Pero hoy, vísperas de Navidad, vale la pena revisar la filmografía de este gran director y de la película que se convirtió en el símbolo de Studio Ghibli: Mi vecino Totoro (1988).  

La filmografía de Hayao Miyazaki comienza en 1971 con Lupin, una serie de animación para la televisión que adaptaba el cómic de Monkey Punch. Y tras otras obras, llega el éxito de Nausicaä del Valle del Viento (1984), el prolegómeno de Stduiso Ghibli que sí comienza ya con El castillo en el cielo (1986), con la joven Sheeta como protagonista de esta aventura espacial, y continúa como Mi Vecino Totoro (1988), un clásico icónico que merece una revisión. Continúa con Porco Rosso (1992), un valiente cerdo aviador, y La Princesa Mononoke (1997), quizás la obra que tieen un tono más oscuro y complejo, donde aborda temas de industrialización y ecología. A continuación estrena la citada El viaje de Chihiro (2001), quizás su obra más reconocida (imbatida durante dos décadas como la película más taquillera en Japón). Y después de un buen número de cortometrajes llega El castillo ambulante (2004), inspirada en la novela de Diana Wynne Jones y que narra la historia de Sophie, una joven sobre la que pesa una horrible maldición que le confiere el aspecto de una anciana, y Ponyo en el acantilado (2008), una reinterpretación de La Sirenita, con un estilo más orientado a los niños, que celebra la inocencia y la conexión con el mar. Continúa con un buen número de corto y mediometrajes, entre los que cuelan sus últimos largometrajes: El viento se levanta (2013), su obra más personal, aborda la vida del diseñador de aviones Jiro Horikoshi, entrelazando su pasión por la aviación con el contexto histórico del Japón prebélico; y El chico y la garza (2023), lo que supuso su regreso tras un supuesto retiro, aquí con un chico protagonista (no una chica) donde se explora la vida y la muerte con una narrativa introspectiva y surrealista. 

Y con ello, Miyazaki se ha convertido en un ejemplo de cómo el cine puede ser un vehículo de cambio cultural y reflexión personal, porque sus películas van más allá del entretenimiento e invitan a los espectadores a cuestionarse sobre su relación con el mundo. Y con ello no solo elevó la animación japonesa a nivel mundial, sino que también demostró que este medio de la animación puede abordar temas profundos y emocionales. Su influencia trasciende generaciones y ha sido reconocido por artistas como Guillermo del Toro, Wes Anderson y John Lasseter. Y para explorar ese simbolismo e impacto cultural, vale la pena revisar una de sus obras más queridas y una de las piedras angulares del cine japonés: Mi vecino Totoro

Mi vecino Totoro tiene como protagonista a dos hermanas, Satsuki y Mei, quienes se mudan en la década de los 50 con su padre a una casa en el campo para estar cerca de su madre hospitalizada. En este entorno rural, las niñas descubren un mundo mágico habitado por criaturas espirituales, incluida la encantadora y enigmática figura de Totoro. A través de sus encuentros con Totoro y otros espíritus del bosque, la película celebra la inocencia infantil, la conexión con la naturaleza y la capacidad de encontrar esperanza en momentos difíciles. 

El punto de partida de Mi vecino Totoro es bastante similar al de El viaje de Chihiro, pues en ambos hay un cambio drástico en la vida de los personajes infantiles: aquí una mudanza, más compleja si cabe porque se hace con la ausencia de la madre. Los personajes principales son esas dos hermanas (que representan dos perspectivas de la infancia: Satsuki, la hermana mayor, es responsable y protectora, mientras que Mei, la menor, es curiosa y traviesa) y sus padres (el padre que cuida de ellas, con cariño y responsabilidad, mientras la madre enferma sigue hospitalizada). Y a partir de aquí aparecen las criaturas fantásticas, que cabe plantear si son reales o producto de su imaginación que le sirven para afrontar situaciones difíciles que no son capaces de procesar con su corta edad. Y conocemos a Totoro, ese espíritu del bosque que simboliza la conexión entre los humanos y la naturaleza, quien pese a no hablar, su diseño cálido y expresivo lo convierte en un emblema universal de bondad y misterio; y también está el Gatobús, que funciona como medio de transporte mágico, combinando elementos del folklore japonés y la creatividad característica de Miyazaki. Y otro protagonista más: la propia naturaleza de ese entorno rural dentro de la cosmovisión japonesa sobre la naturaleza como algo sagrado, en donde Totoro representa el espíritu protector de este ecosistema (de hecho está inspirado en los kami del Shinto, deidades o espíritus que residen en los elementos naturales, y cuyo diseño es una mezcla de varios animales: un búho, un gato y un mapache japonés). 

Una historia que esconde el drama detrás de las sonrisas y vista desde la perspectiva de las niñas, lo que refuerza la importancia de la imaginación para enfrentar situaciones difíciles, como la enfermedad de un ser querido. Y donde aflora el tema de la familia y la resiliencia, o cómo las relaciones familiares proporcionan consuelo y fuerza, incluso en tiempos de incertidumbre. Y ello bajo la banda musical de Joe Hisaishi, que perfilan bien el tono alegre y melancólico de la historia. Y en donde nos quedan algunas sabias reflexiones de sus protagonistas como "Si eres amable con los espíritus del bosque, ellos serán amables contigo" o "La naturaleza está llena de cosas mágicas, si aprendes a mirar". Y el mensaje de su canción final: "Vamos a caminar, juntos con alegría. Descubriendo todo lo mágico en el camino". 

Mi vecino Totoo es un icono de Studio Ghibli. Y tal es así que Totoro es el símbolo oficial del estudio y una de las figuras más reconocidas del cine animado. Una película con un mensaje atemporal y que ha hecho que la película sea querida por personas de todas las edades. Y que Totoro se haya convertido en un fenómeno global, carne de merchandising, cuya influencia ha trascendido al cine y ha inspirado a generaciones de creadores, así como también al activismo medioambiental. 

Así pues, Mi vecino Totoro es más que una película infantil; es una celebración de la imaginación, la naturaleza y los lazos humanos. Una obra maestra del cine animado que bien vale ver en familia, muy apropiada para estas fechas de Navidad. Y de paso poder conocer a Hayao Miyazaki, el mayor representante de Studio Ghibli, allí donde sus películas de animación nos invitan a reflexionar sobre la humanidad, la naturaleza y la imaginación.  Porque la animación de Miyazaki se fundamenta en dos grandes cuestiones: ¿qué es la vida? y ¿qué es un ser humano? (y donde nos acompaña a reconocer que el ser humano es una parte de la naturaleza)

Quien quiera profundizar en este director, recomendable la película documental francesa Miyazaki: el rey del anime (Léo Favier, 2024), un documental estrenado en la última edición del festival de Venecia que nos presenta a Hayao Miyazaki, quien lleva más de medio siglo transportándonos a universos únicos con sus películas. También ahora en Navidad… Porque si buscas arte que toque el alma, Ghibli siempre será una elección infalible.

 

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