“Me llamo Alexandre Guérin, 40 años, casado, cinco hijos. Además de mis dudas y conflictos con la iglesia, siempre me he sentido unido al amor de Cristo. Y educo a mis hijos en la fe de dicho amor… Hace poco, en el colegio, me encontré con otro padre. De niño, como yo, fue un scout de Saint Luc. Intercambiamos recuerdos, el colegio, los campamentos. Me hizo una pregunta que no consigo olvidar: ¿También te metió mano el padre Preynat?” Con esta reflexión en off con fecha 11 de julio de 2014 y en la ciudad de Lyon comienza esta película francesa basada en hechos reales y alrededor de la pederastia en el entorno de la institución eclesiástica católica (el caso de Bernard Preynat, sacerdote de la Diócesis de Lyon, acusado en 2016 de abusar sexualmente de decenas de niños entre la década de los 70 y los 90): Gracias a Dios (François Ozon, 2018).
Y es que François Ozon es un director francés reconocido por su estilo audaz y su capacidad para abordar temas tabúes con una mirada incisiva y a menudo provocadora. Sus elementos distintivos son los temas recurrentes en sus películas (la sexualidad es un tema central, explorada con una gran libertad creativa, así como la búsqueda de la identidad alrededor de personajes marginales o no conformistas, la muerte y el duelo, y también la infancia y adolescencia está muy presente) y su estilo narrativo (la búsqueda de la belleza visual y la experimentación formal, el humor negro y la ruptura de tabúes en la sociedad). El ha declarado que su principales influencias manan del cine clásico (especialmente de Hitchcock y Fassbinder), la literatura y la cultura popular. Y con todos estos mimbres cabe concluir que con el cine de François Ozon habitualmente el debate está servido, y ya dos películas analizadas en Cine y Pediatría dan buena fe de ello: En la casa (2012), que explora los límites de la realidad y la ficción en la relación maestro-alumno, con el peligro de sobrepasar los límites de la intimidad, y Joven y bonita (2013), la procaz sexualidad de una adolescente narrada en las cuatro estaciones.
Continuemos con la historia de Gracias a Dios. Porque tras la previa reflexión de Alexandre (Melvil Poupaud), se entera de que el padre Preynat (Bernat Verley) regresa al cabo de los años a Lyon a impartir catequesis a los jóvenes, y ello le lleva a escribir al obispado una denuncia en la que pregunta si fue sancionado y por qué sigue ocupándose de niños. Le derivan a Régine Marie (Martine Erhel), una asistente del obispo, a quien cuenta su terrible experiencia, lo que le provoca aún más dolor, y esta hace de mediadora entre Alexandre y el padre Preynat en una escena donde víctima y verdugo se vuelven a ver las caras tres décadas después al son de un Padrenuestro y un Avemaría, cuando ya la pena ha prescrito. Y tras esa reunión, la mediadora da el tema por zanjado: “Siempre tendrá una cicatriz, desde luego, pero se cerrará con la ayuda de Dios, si no la rascamos”.
Es tal la frustración que Alexandre intenta llegar hasta el cardenal de Lyon, M. Barbarin (François Marthouret), quien le responde de forma correcta pero sin afrontar el problema de frente, aduciendo que sacerdocio y pederastia son incompatibles. Incluso el cardenal llama a los hijos de Alexandre, quienes intentan defender a su padre, pero a cambio reciben el libro escrito por Barbarin: “¿Dios está caduco?”. Todo apunta a que la estrategia es anestesiar el problema…
Y mientras continúan los correos electrónicos cruzados entre él y la curia, Preynat sigue dando catequesis a los niños y niñas y celebrando misas con monaguillos. Por ello busca aliados entre otros compañeros de colegio que fueron víctimas para que sea condenado y apartado de los jóvenes: “Hay que romper la cadena del silencio”. Aunque la mayoría prefieren no remover el dolor. Y entre esos que se unen a la causa están François (Denis Ménochet, visto en contundente papeles previamente en la película francesa Custodia compartida o en la española As Bestas) y Emmanuel (Swan Arlaud), más otros testimonios e historias alrededor del cura pederasta, un lobo feroz bajo la sotana. Y estos hechos finalmente ven la luz en prensa y televisión y adquiere carácter nacional, con la formación de la emblemática asociación La Parole Liberée.
Finalmente en marzo de 2016 tiene lugar en Lourdes la declaración y condena del cardenal Barbarin al sacerdote Bernard Preynat, pero con esta declaración que no pasó desapercibida por nadie: “Gracias a Dios, estos casos ya están prescritos”. Y es así que el texto final de la película deja más sensación de desaliento que de triunfo: “El padre Preynat se beneficia de la presunción de inocencia. Aún no hay fecha para su juicio. El 7 de marzo de 2019, el cardenal Barberin y cinco miembros de la diócesis comparecieron ante la justicia y fueron condenados a seis meses de cárcel con remisión de pena por no haber denunciado agresiones sexuales a niños menores de 15 años. Han apelado a la presunción de inocencia”.
Ni que decir tiene que la proyección de la película Gracias a Dios se vio envuelta de polémica en Francia y tuvo que intervenir un juzgado de Lyon para permitir su estreno. Pero gracias a Dios se comienza a visibilizar (y condenar) la pederastia en el sacerdocio. Ya la película Spotlight (Tom McCarthy, 2015) desenmascaró un escalofriante número de abusos sexuales a lo largo de los años encubiertas por organizaciones religiosas, legales y gubernamentales de Boston. Y hoy esta película del polémico (y polemista) François Ozon lo vuelve a hacer, donde el mensaje central es una llamada a la justicia, transparencia y responsabilidad en el tema de la pederastia, tanto de las víctimas como de las instituciones (aquí en el seno de la iglesia católica), y con ello realizar una profunda reflexión sobre el impacto duradero del abuso y sus consecuencias (también dentro de las familias) y la necesidad de enfrentar la verdad para avanzar hacia una sociedad más empática, libre y justa.
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