William Wyler fue el prototipo de director de estudio en el Hollywood clásico, calificado de artesano por unos y de artista por otros, alabado, criticado y controvertido a partes iguales. Acusado de no tener un estilo particular, lo cierto es que no se le reconoce un fracaso en su filmografía, lo que le valió numerosos premios y el éxito del público. Cuatro décadas detrás de las cámaras, habiéndos curtido en decenas de corto y mediometrajes filmados a lo largo y ancho de los años veinte en el cine mudo, y ya con el cine sonoro perfectamente instaurado, comienzan algunos de sus primeros éxitos, como Jezabel (1938) y Cumbre borrascosas (1939). Y a partir de ahí comenzarían sus dos décadas gloriosas, los 40 y los 50, donde se convertiría en un auténtico tótem del séptimo arte. Sirvan algunos ejemplos: La carta (1940), La señora Miniver (1942), Los mejores años de nuestra vida (1946), La heredera (1949), Vacaciones en Roma (1953), Horizontes de grandeza (1958), o Ben-Hur (1959), sabiendo que esta sigue siendo la película más oscarizada de la historia con 11 premios, solo igualada muchas décadas después por Titanic (James Cameron, 1997) y El Señor de los Anillos: el retorno del Rey (Peter Jackson, 2000). Polémica aparte de si fue un artesano o un artista del cine, lo que no hay duda es que Wyler nos ha dejado grandes películas.
Y es así que comenzó su última década, la de los 60, con una sus películas más valientes, un drama psicológico filmado en blanco y negro alrededor de un internado escolar: La calumnia (1961), uno de los clásicos más espinosos de Hollywood, adaptación al cine de la conocida obra de teatro “The Children´s Hour” de Lillian Hellman, curiosamente su primera obra, y que el propio Wyler había llevado a la gran pantalla años antes bajo el título de Esos tres (1936), aunque más descafeinada. Una atrevida historia para su tiempo al ser uno de los primeros films en mostrar de forma abierta la homosexualidad de sus protagonistas, en la que dos profesoras son acusadas por una de sus alumnas de ser lesbianas. Cabe recordar que entre los numerosos trabajos literarios que sirvieron de guion a las películas de William Wyler, fue la dramaturga Lillian Hellman una de las más utilizada por él, reflejado en estas dos películas y también en La Loba (1941).
La película nos traslada a la década de los 60 en la Escuela de Niñas Wright-Dobie, apellidos de las dos profesoras que regentan esta institución: Karen Wright (Audrey Hepburn) y Martha Dobie (Shirley MacLaine). Ellas han trabajado y trabajan duro para gestionar este entorno educativo exclusivo, casi de élite para la época, y donde tienen como apoyo a Lily Mortar (Miriam Hopkins), la tía de de Martha, una ex actriz de teatro que vive con ellas. Allí conocemos a los otros tres personajes importantes en esta historia: el Dr. Joe Cardin (James Garner), prometido de Karen, la alumna Mary (Karen Balkin) y su abuela (Fay Bainter).
La próxima boda entre Karen y Joe provoca una reacción celotípica de Martha. La discusión de las amigas, que termina con un beso de reconciliación, es observada por Mary, una alumna de unos 12 años que se es presentada como una niña malcriada, mentirosa, maliciosa y manipuladora, acostumbrada a salirse con la suya gracias a la influencia de su adinerada abuela. Por su comportamiento es corregida por sus profesoras y sufre algún castigo, por lo que decide inventar la peor calumnia con tal de no asumir las consecuencias de sus actos y de vengarse de quienes considera que la han perjudicado. Es así que la venganza de la niña no se hace esperar y por ello cuenta a su abuela que no quiere volver al colegio y que tiene miedo de sus profesoras porque “tienen secretos o algo así”, comentarios que compromete su dignidad. Ante las dudas, la abuela va al colegio y conversa con la tía Lily, quien de forma espontánea le dice que su sobrina Martha tiene un comportamiento antinatural (expresión que hoy duele), pues solo le interesa la escuela y su devoción por Karen. Estos mensajes provocan confusión en la abuela de Mary, y en ella surge la sospecha de que Karen y Martha son amantes, lo que acaba extendiéndolo como la pólvora entre las demás familias, motivo por el que todos sacan a todas sus hijas del colegio. Aunque confusas al principio las profesoras, finalmente entienden que ha sido Mary la responsable de esa difamación, e intentan defenderse: “No crea que le permitiremos difundir esa mentira”. Pero la mentira, la difamación y la calumnia progresan. Y la escuela queda vacía y ellas aisladas, observadas como bichos raros ante la sociedad ("Tengo ocho dedos y dos cabezas, ¿no lo ves? ¡Soy un monstruo!"), y por ello acaban diciéndose: “Es como si estuviéramos en una pesadillas y no pudiéramos despertar”. Porque hasta el juez determinó su amistad como “relaciones sexuales que ponían en peligro la moralidad de nuestros alumnos”. Y aunque Joe les apoya, hasta las dudas se ciernen en él y por eso Karen le expresa: “Ya no quedan muchas palabras seguras”.
Y aunque nada de lo que se les acusa, ocurrió, al final Martha confiesa a Karen que esos eran sus sentimientos: “¡Te he querido de la forma que dijeron!... Se encontró la mentira con una pizca de verdad…Me siento tan sucia y enferma”. Y tras esta confesión entre las amigas, se descubre que la niña Mary había confabulado esa mentira para vengarse de sus profesoras, y aunque la abuela les pide perdón y una disculpa pública, el daño ya está realizado. Y es así que deviene un final con esa dimensión trágica que habla de la maestría de Wyler y que cabe no descubrir.
Cabe recordar que esta historia de ficción no fue ajena de la propia realidad de Lillian Hellman, cuya autobiografía fue llevada a la pantalla en la película Julia (Fred Zinnemann, 1977), allí donde la escritora (Vanesa Redgrave) conoce a Julia (Jane Fonda), la hija de una acaudalada familia escocesa, y ese ferviente amor por ella transcurre en una arriesgada aventura bajo dominio del nazismo. Y con La calumnia se abordan temas como la maldad (desde la más tierna infancia, esa hora de los niños de la que nos habla la obra de teatro original), la difamación y los prejuicios sociales (ante un hecho, el amor homosexual, que en esa época se consideraba antinatural). Una calumnia que se hizo realidad, pero que de antemano sentimos como espectadores un desasosiego similar al que recordamos en otra pérdida de la presunción de inocencia de un adulto en base a las declaraciones de un niña: hablamos de la película danesa La caza (Thomas Vinterberg, 2012).
Porque La calumnia es una muestra más que nos confirma que William Wyler ha sido uno de los realizadores más exitosos y versátiles del clasicismo cinematográfico estadounidense, un director que tuvo la base de las obras literarias que adaptó y la altura de sus actores y colaboradores (directores de fotografía y cine). Baste recordar la dimensión de esos nombres en ambas adaptaciones cinematográficas de “The Children´s Hour”: en Esos tres el papel de las profesoras recayó en Miriam Hopkins y Merle Oberon, la música de Alfred Newman y la fotografía de Greg Toland; en La calumnia contó con las inolvidables (y ya oscarizadas) Audrey Hepburn y Shirley MacLaine, la música de Alex North y la fotografía de Franz Planer. Cine de ayer para un tema de siempre: la devastadora reacción en cadena de una calumnia, incluso cuando esta llega desde la infancia. Allí donde una pizca de verdad de la insoportable niña es el rumor suficiente para que Martha se declare prófuga del régimen heterosexual de naturaleza matrimonial y procreadora.
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