En Cine y Pediatría son varias las películas que tratan sobre alguna problemática en África, el segundo continente en extensión y el que atesora mayor número de países. Porque en el continente africano, compuesto por 54 estados y más de 1400 millones de habitantes, el 72% de las muertes se deben a enfermedades contagiosas, como el sida, la tuberculosis, la malaria, las infecciones respiratorias y las complicaciones durante el embarazo y el parto. Allí donde la mortalidad infantil está en aumento en su proporcionalidad en el mundo: si en 1960 se registraban en esos países el 14% de todas las muertes de niños menores de 5 años ocurridas en todo el mundo, ese porcentaje se incrementó hasta el 23% en 1980 y el 43% en 2003 y en esas cifras se mantiene. A estas peculiaridades en sanidad, habría que sumar las circunstancias geopolíticas, aún más complejas. Y en este contexto podemos recordar las siguientes películas: las españolas Lejos de África (Cecilia Bartolomé, 1996), El cuaderno de Sara (Norberto López Amado, 2018) y Adú (Salvador Calvo, 2020); las británicas El jardinero fiel (Fernando Meirelles, 2005), Flor del desierto (Sherry Hormann, 2009) y El niño que domó el viento (Chiwetel Ejiofor, 2019); las estadounidenses Mary y Martha (El coraje de dos madres) (Phillip Noyce, 2013) y La buena mentira (Philippe Falardeau, 2014); las francesas Pequeño país (Eric Barbier, 2020) y Ama Gloria (Marie Amachoukeli-Barsacq, 2023); o la belga Blue Bird (Gust Van Den Berghe, 2011). Sin embargo, son muy pocas las películas que proceden de un país africano, y en estos casi 15 años de recorrido solo hemos podido hablar de la senegalesa Moolaadé (Protección) (Ousmane Sembène, 2004), la etíope Difret (Zeresenay Mehari, 2014) y la mauritana Timbuktu (Abderrahmane Sissako, 2014).
Y a esa escasa trilogía de películas desde África, hoy se suma la película tunecina Las cuatro hijas (Kaouther Ben Hania, 2023), documental que utiliza el metateatro, donde los actores y los personajes reales interactúan y reflexionan sobre el proceso de creación de la película, técnica que permite al espectador cuestionar la naturaleza de la verdad y la representación. Y es que esta directora y guionista ya consiguió dos años antes que su película El hombre que vendió su piel (2020) se convirtiera en la primera película tunecina de la historia en ser nominada a los premios Óscar a la mejor película internacional. Y Las cuatro hijas ha recibido este mismo año la nominación al Óscar a mejor película documental y a menor película a la Palma de Oro de Cannes.
Comienza Las cuatro hijas con esta voz en off de la directora: “En esta película intentaré contar la historia de las hijas de Olfa Hamrouni. Olfa tiene cuatro hijas. Las dos más pequeñas, Ella y Tayssir, aún viven con ella. A las dos mayores, Rahma y Ghofrane, se las comió el lobo”. Y es la propia Kaouther Ben Hania quien explica que la madre y sus dos hijas menores formarán parte de la película, pero que las escenas más duras las harán actrices, así como la interpretación de las hermanas mayores, no presentes. Y todas saben que van a reabrirse las heridas… Porque nos van contando su noche de boda de Olfa, la vida con su marido al que intentó enseñarle a decir “te quiero”, el embarazo de sus cuatro hijas en seis años, el abuso del padre con las hijas en lo verbal y en lo físico y la advertencia de la madre: “¿Habéis oído a vuestro padre? Según él no cabe la menor duda de que todas acabaréis siendo putas. No deis la razón…” Y no cabe duda de que Olfa es una madre obsesionada con el pecado del cuerpo de la mujer, que es lo que le enseñaron sus padres y lo que quiso transmitir a sus hijas. Y de ahí la pregunta que le hace la actriz que quiere conocer al personaje y los motivos: “¿Qué te hace pensar que sus cuerpos pertenecen a un hombre al que aún no conocen, su futuro marido?” Y eran muy duras las palabras que las madres dirigía a sus hijas y que fueron dejando herida.
En la película aparece en la televisión Zine El Abidine Ben Ali, militar y dictador que fuera presidente de Túnez desde 1987 hasta 2011, cuando las protestas multitudinarias de la revolución tunecina (conocida como la Revolución del Jazmín) acabaron con su poder y tuvo que huir, tomando el poder de forma interina Fouad Mebazaa durante 11 meses, hasta la llegada al poder de Moncef Marzouki y la Asamblea Constituyente que democratizó al país. Y fue en aquellos momentos de la revolución tunecina cuando la madre también pensó hacer la revolución en sus vidas y decide separar a sus hijas del marido, al que casi nunca ven ni les pasa dinero. Y cómo luego escondió a un fugitivo de la cárcel, y el primer año todo fue bien, también con las hijas a las que trataba bien, y todas pensaron que sería el padre que nunca tuvieron. Pero luego comenzó a drogarse y también se aprovechó de ellas… y ellas odiaron cualquier figura paterna.
El tiempo pasó y las cuatro hijas de Olfa se hicieron mujeres poco a poco… Momento en que llegó al país el recrudecimiento religioso tras esa revolución tunecina y regresó el uso del hiyab y el nicab, pues querían imponer el modelo de mujer tunecina, cómo debía comportarse y qué debía hacer. Y ellas dicen: “No nos dejan hacer lo que nos apetece. Como si fuéramos muñecas a las que manipulan a su antojo, a las que visten como les apetece. Sin derecho a opinar”. Y finalmente las cuatro hermanas aceptaron el hiyab y el nicab, eran las hermanas tapadas. Y con el tiempo las dos hijas mayores, Ghofrane y Rahma, se radicalizaron y se unieron al Estado Islámico en Libia. Se convirtieron en yihadistas en las filas del Dáesh siendo adolescentes y quisieron hacerlo con sus hermanas de 10 y 8 años. Por ello, Olfa salió en la tele para intentar recuperar a sus hijas del Dáesh y todo se hizo muy mediático. Y temía que secuestraran a las más pequeñas para la causa.
Finalmente Rahma y Ghofrane fueron arrestadas en una cárcel por asociación a banda terrorista. “Yo me preocupaba tanto por ellas que no supe protegerlas”, dice la madre, que trató a sus hijas con la misma dureza que a ella le trataron. Ghofrane tuvo una hija, Fátima, en la cárcel. Y llega el colofón final de esta dura historia: “La pequeña Fátima crece en una cárcel en Libia. Ya tiene 8 años. En enero de 2023, Raha y Ghofrane fueron condenadas a 16 años de cárcel. Olfa, Ella y Tayssir siguen esperando que Túnez las reclame”.
Las cuatro hijas ha sido aclamada por la crítica internacional por su originalidad y su valentía, elogiada por su capacidad para abordar temas difíciles de una manera sensible y reflexiva. Y donde podemos encontrar varios temas que no nos pueden dejar indiferentes: la radicalización y el extremismo (y cómo cala en la juventud, manifestado en esas dos hijas mayores, Ghofrane y Rahma, quienes se unieron al Estado Islámico en Libia), la dinámica familiar y complejas relaciones entre Olfa y sus hijas (con esos patrones de comportamiento que se transmiten de generación en generación) y el papel de la mujer en la sociedad tunecina, donde persisten fuertes desigualdades de género. Una película que invita a la emoción y reflexión y que desafía al espectador a cuestionar sus propias ideas sobre la verdad, la mujer, la identidad y la familia.
Dos consejos para ver esta película. La primera debería ser una constante en el séptimo arte: visionarla en su idioma original (en este caso con la potencia del árabe). Y la segunda, profundizar antes en lo que ha significado y significa el ISIS (por sus siglas en inglés: the Islamic State of Iraq and Syria), popularmente referido como Dáesh y activo desde el año 1999, organización terrorista conocido ampliamente por sus videos de decapitaciones y otros tipos de ejecuciones, tanto de soldados como de civiles y hasta periodistas y miembros de ayuda humanitaria, así como por la destrucción de lugares históricos de herencia cultural. Las ONU consideran al Dáesh responsable de abusos contra los derechos humanos y crímenes de guerra, y aunque se originó en Irak, aliándose con Al Qaeda y participando en la insurgencia iraquí tras la invasión de Irak en 2003, el grupo terrorista se autoproclamó como un califato y se autodenominó como ISIS en junio de 2014, intentando proclamar su autoridad sobre todo el mundo musulmán en materia religiosa, política y militar.
Y es así que en Las cuatro hijas, las dos hijas mayores de Olfa fueron reclutadas por el Dáesh y casi lo consiguen con las dos pequeñas. Una peculiar película documental con una filmación híbrida entre la vida y el teatro, ente la luz y la oscuridad. Y es que desde que culminara la democrática Revolución del Jazmín, el cine tunecino ha sido liderado artísticamente por mujeres de enorme talento, y casi la totalidad de películas que se exportan a circuitos internacionales tienen firma femenina y penetrante mirada social. Sirva esta primera película tunecina en Cine y Pediatría como ejemplo, dolorosa revisión de cómo puede destruir a una familia una cultura instalada en una sociedad patriarcal y el extremismo islámico.