sábado, 15 de marzo de 2025

Cine y Pediatría (792) “Monstruo” y el efecto Rashomon de Hirokazu Koreeda

 

Se conoce como efecto Rashomon en el cine a una técnica narrativa en la que un mismo evento se muestra desde múltiples perspectivas, a menudo contradictorias, lo que genera incertidumbre sobre la verdad objetiva. Este efecto toma su nombre de la película japonesa Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), allí donde el asesinato de un samurái es relatado de cuatro maneras distintas por los testigos, cada uno con su propia versión de los hechos. Los aspectos clave del efecto Rashomon son cuatro al menos: historia con múltiples perspectivas (a través de los ojos de varios personajes, cada uno con sus propios recuerdos, motivaciones y sesgos), subjetividad de la verdad, narrador fiable solo de manera relativa y generación de ambigüedad. 

Es por ello que el efecto Rashomon deja al espectador con la tarea de interpretar y reconstruir la historia y es una poderosa herramienta narrativa que explora la naturaleza subjetiva de la verdad y la complejidad de la percepción humana. No es nuevo en el cine y otro maestro japonés como Hirokazu Koreeda, el director por antonomasia de Cine y Pediatría, por su extensa y particular visión de la infancia y la familia, lo ha utilizado en su último largometraje: Monstruo (2023). Aquí donde la maestría de Koreeda consigue que con unos hechos banales acaecidos en un colegio teja una trama abigarrada entre dos compañeros de clase de unos 11 años de edad, Minato y Yori, entre la madre de Minato, el profesor Hori, la directora del colegio y el claustro de profesores, y con epicentro recurrente en ese edificio en llamas en donde vemos entrecruzarse las historias y los diversos puntos de vista de los hechos. 

El primer punto de vista es el de la madre de Minato, ya viuda, quien se asoma al balcón en la noche para contemplar el incendio de ese edificio, donde su hijo le pregunta: “Si a un humano le trasplantan un cerebro de cerdo, ¿es un humano o un cerdo?”. Una pregunta extraña que va seguida de un comportamiento extraño, por lo que la madre, Saori, siente que algo va mal, y le pregunta: “¿Qué ha pasado en la escuela?” Y él responde: “Tengo un cerebro de cerdo. Me lo cambiaron por el de un cerdo ¡Eso es lo que me pasa! Soy un monstruo”. Y por ello irrumpe en la escuela exigiendo saber qué está pasando y descubre los malos tratos que recibe del profesor Hori, todo ello en una reunión muy tensa y particular con la directora y otros profesores. 

El segundo punto de vista es el del profesor Hori, recién incorporado a este colegio, cuando su novia le dice: “Deja de intentar ser un buen profesor y sé tú mismo”. Un fortuito encontronazo con Minato le hace sangrar por la nariz, algo aparentemente irrelevante que adquiere mayores dimensiones, y que le hace acabar como oveja expiatoria para no comprometer a la escuela, por lo que es expulsado. Esa duda de malos tratos a los alumnos se cierne sobre él, sale en prensa y todos le abandonan, también su novia, los otros profesores y la directora (más preocupada por la muerte de su nieto). 

El tercer punto de vista es el de Minato y Yori, ambos de familias uniparentales, Minato con su madre vidua y Yori con su padre alcohólico que le maltrata y quien primero aplicó la idea de que su hijo tiene un cerebro de cerdo y él le va a sanar. Entre ambos niños se establece una amistad especial, casi oculta para evitar el acoso del resto de compañeros de clase, y buscan en un túnel y un vagón de tren abandonado su lugar de refugio y juegos, entre ellos ese juego de ¿Quién es el monstruo?, que consiste en adivinar el dibujo con preguntas. 

Al final se van descubriendo algunas capas de la historia, donde casi nada será lo que parece. Koreeda juega con el espectador a través de un hecho trivial y que esconde esa sutil amistad con connotaciones homosexuales entre Minato y Yori que les incomoda ante sí y ante los ojos de los demás. Y las palabras finales de la directora, que sirve para los chicos, para ella y para todos los personajes de esta película: “La felicidad no está hecho solo para unos pocos. No tiene sentido. La felicidad real está al alcance de todos”. Y el regalo que Koreeda nos da con esa escena final de los dos amigos tras el tifón, saliendo del vagón gritando de alegría porque sienten que no han renacido, sino que siendo los mismos pueden ver las cosas de otra manera. Y ello bajo los acordes del piano de Ryūichi Sakamoto. Una película en la que se nos hace cambiar continuamente el rumbo a la hora de entender quién es el monstruo o quizás, simplemente, acabar entendiendo que no había ningún monstruo. Solo el deseo de Minato de reencarnarse en alguien con otros sentimientos, pues nadie parece entender su amistad y atracción homosexual con Yori. 

La película Monstruo de Hirokazu Koreeda es una obra compleja y emotiva que invita a la reflexión sobre diversos temas, entre los que destacan la subjetividad de la verdad (con esas tres partes de la película desde la perspectiva de tres personajes diferentes: la madre furiosa, el profesor acusado y los dos niños), la importancia de la empatía, la complejidad de la infancia (y aquí se abordan temas como el acoso escolar, la identidad de género y la dificultad de expresar las emociones), los prejuicios sociales (y tanto el profesor como esos dos amigos lo viven en sus carnes) y la importancia de la comunicación entre padres e hijos, profesores y alumnos. 

Monstruo es un ejemplo más del cine de Koreeda alrededor de la naturaleza humana, con epicentro en la infancia y familias, tal como hemos visto en Cine y Pediatría ya en otras ochos películas más: Nadie sabe (2004), brutal relato de supervivencia contado a vista de niño; Still Walking/Caminando (2008), sobre la importancia del núcleo familiar, aunque sea una familia desestructurada unida por el cariño, el resentimiento y los secretos; Kiseki/Milagro (2011), ese milagro del reencuentro familiar de dos hermanos que viven separados y que nos acerca a la indisolubilidad espiritual de la familia; De tal padre, tal hijo (2013), donde nos plantea quién es nuestro verdadero hijo, si alguien con el que pasamos todo nuestro tiempo o alguien con el que compartimos la sangre; Nuestra hermana pequeña (2015), profunda reflexión sobre cómo madurar sin la figura de los padres, y hacerlo en un hogar que es un espacio de supervivencia libre de resentimientos; Después de la tormenta (2017), ese infinito y delicado ecosistema producto de relaciones entre abuelos, padres e hijos; Un asunto de familia (2018), donde condensa todos los dilemas acerca de las relaciones humanas y familiares, rompiendo esquemas tradicionales; Broker (2022), donde nos sitúa el contexto familiar bajo el tema nuclear de las adopciones. Y ahora realizamos un viaje por el Japón clásico del séptimo arte de Akira Kurosawa y su Rashomon al nuevo cine japonés de Hirokazu Koreeda y su particular efecto “rashomon” que nos regala con Monstruo.        

 

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