Las novatadas son un conjunto de rituales, bromas y actividades que tradicionalmente realizan los estudiantes veteranos a los estudiantes de nuevo ingreso (novatos) en diversos ámbitos, principalmente educativos (universidades, colegios mayores) pero también en otros contextos como el militar o deportivo. Estas prácticas suelen tener como objetivo declarado la integración de los nuevos miembros al grupo, la creación de lazos y la transmisión de ciertas tradiciones o códigos del colectivo.
En su concepción inicial y en algunos contextos más benignos, las novatadas podrían argumentarse como una forma de romper el hielo, superar la timidez inicial y fomentar la camaradería entre estudiantes de diferentes cursos. Se podría alegar que ayudan a los recién llegados a conocer a sus compañeros veteranos, a familiarizarse con el entorno y a sentirse parte de una comunidad, quizás buscando aliviar la tensión del inicio de una nueva etapa. Sin embargo, esta visión idealizada a menudo contrasta fuertemente con la realidad de muchas novatadas, especialmente en el ámbito universitario, donde con frecuencia degeneran en prácticas humillantes, vejatorias, peligrosas e incluso ilegales, con actos de abuso de poder y coerción que pueden suponer riesgos para la integridad física y psicológica de los novatos. A menudo, las novatadas se llevan a cabo en un clima de permisividad o incluso complicidad por parte de algunos miembros de la comunidad universitaria, lo que contribuye a la perpetuación de estas prácticas y normaliza la violencia y el abuso.
Siendo como es un tema relevante, su presencia argumental en el cine es excepcional. Si bien, desde Cine y Pediatría ya hemos tratado tres películas nucleares: desde España, Novatos (Pablo Aragües, 2015), se fundamenta en la experiencia real del director en su llegada a un colegio mayor universitario en Madrid; desde Estados Unidos, La furia de una madre (Vibeke Muasya, 2021), que saca a la luz este problema en el contexto de las reconocidas fraternidades universitarias yanquis; y desde México, Heroico (David Zonaza, 2023), sobre el abuso en la instrucción militar dentro del duro y violento proceso de formación de los cadetes en el ejército, algo que ya nos dejara en el recuerdo la icónica película La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987) o la película alemana Napola, escuela de élite nazi (Dennis Gansel, 2004).
Ya en ese análisis previo comentamos que en, el año 2015, Juan Gautier realizó un corto español sobre este tema bajo el título de El aspirante, alrededor de Carlos, un estudiante universitario recién llegado a un colegio mayor y que en los primeros días tendrá que enfrentarse a las novatadas de los veteranos. Un corto de 18 minutos que comienza con esta frase de Erich Fromm: “El bien y el mal no existen si no hay libertad para desobedecer”. Y con esa frase final: “Yo prefiero integrarme a ser un marginado”. Pues bien, como le ocurre a algunos cortos de éxito, ahora se ha convertido en un largometraje de 94 minutos: El aspirante (Juan Gautier, 2024). En ambas obras solo coinciden algunos autores, no los principales. Carlos, el protagonista principal motivo de las novatadas, está interpretado por Patrick Criado en el corto y por Lucas Nabor en el largometraje. Si coincide la canción grunge que suena al final de la película, durante los títulos de crédito, y que corresponde al "Heart-Shaped Box" de Nirvana. El director, Juan Guatier, sabe de lo que habla, pues su padre fue director del madrileño colegio mayor Chaminade, que prohibió estas prácticas hace años (y, de hecho, la película se ha rodado en las instalaciones de este colegio mayor). Y revisados ambos productos quizás se vuelve a confirmar lo ya conocido para la vida (y el cine): que muchas veces, menos es más.
El aspirante es un thriller que se desarrolla durante la "Jornada Cero" de novatadas en una residencia universitaria y se nos muestra, con marcas horarias, el transcurso de esas 24 horas. Y todo comienza con el sermón que reciben estos universitarios en la iglesia del colegio al inicio del día. “Estar en el San Nicolás de Tolentino es un privilegio, pero también es una responsabilidad. Porque aquí cultivamos valores de respeto y de fraternidad, y desde ahí nos relacionamos. Y vuestra obligación, vuestro deber, vuestra responsabilidad, por tanto, es inundar el mundo viviendo estos valores orgullosos de lo que somos y de dónde venimos. Vivid el espíritu de la fraternidad y el espíritu de la fraternidad estará en vosotros”. Y a partir de ahí se desgranan las horas y lo hechos que acaecen sobre Carlos (Lucas Nabor), al que llaman “Principito”, y Dani (Jorge Motos), dos estudiantes de primer año de Ingeniería, a los que se les introduce así en la Jornada Cero: “Ustedes eligen, ¿están con los que mandan o con los que eligen? Bienvenidos al puto infierno”. Y ahí comienza el enfrentamiento con los dos líderes del grupo, Pepe (Eduardo Rosa) y Olmo (Pedro Rubio), dos personajes manipuladores y con una personalidad tóxica que dirigen los rituales con crueldad.
La película explora cómo la presión del grupo, el miedo al rechazo y el deseo de pertenecer pueden llevar a los jóvenes a participar en actos humillantes y potencialmente peligrosos. Lo que empieza como un juego divertido, pronto se convierte en una espiral perversa. Y a medida que avanza la noche, aumenta el alcohol, la droga, el sexo,… y la tensión aumenta progresivamente hasta que la violencia amenaza con estallar fuera de control: “No sé que me da más asco, si los amos que guían o los siervos que obedecen”, dice un Carlos que se revela frente a ello. Y con un final que nos devuelve a la iglesia. Ahora todos de luto…
Porque El aspirante (tanto en su versión de corto como de largo) ofrece una dura crítica a las tradiciones de novatadas en los entornos universitarios, mostrando cómo estos rituales de iniciación pueden degenerar fácilmente en abuso de poder, humillación y violencia (física y psicológica). Y utiliza el formato de thriller psicológico para explorar temas oscuros sobre la naturaleza humana, la dinámica de grupo y los peligros de la conformidad ciega que se esconden detrás de esas novatadas aparentemente inofensivas.
Un buen mensaje, pero que se diluye en el largometraje cuando ya estaba presente en el corto. No es la primera vez que se quiere explorar el éxito de un corto premiado alargando la historia para convertirlo en largometraje. Lo hizo Rodrigo Sorogoyen con el corto Madre (2017) que lo transformó en la película Madre (2019), y también Carlota Pereda con el corto Cerdita (2018) que acabó en el largometraje Cerdita (2022). Ahora ha sido el caso de Juan Gautier. Y en los tres casos se confirma que, también en el séptimo arte, casi siempre menos es más…
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