sábado, 20 de diciembre de 2025

Cine y Pediatría (832) “Los herederos” que no heredarán la tierra…


El trabajo infantil ha afectado históricamente a millones de niños y niñas, impulsado por la industrialización en Europa y Estados Unidos durante los siglos XVIII y XIX, donde menores de 10 años trabajaban hasta 16 horas diarias, lo que llevó a las primeras leyes reguladoras como la Factory Act de 1833 en Gran Bretaña. Hoy persiste como problema global pese a ciertos progresos, con 138 millones de niños de 5 a 17 años involucrados en 2024, incluyendo 54 millones en trabajos peligrosos, fallando el objetivo de erradicación para 2025 establecido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), agencia especializada de la ONU. El Convenio 138 de la OIT fija 15 años como edad mínima general (18 para trabajos peligrosos), pero muchos menores de 12 años trabajan en agricultura, minería, trabajo doméstico forzado y explotación sexual. 

África subsahariana lidera el trabajo infantil con la mayor incidencia, donde más de uno de cada cinco niños de 5-17 años trabaja, principalmente en agricultura, minería y pesca, afectando a unos 59 millones. Asia-Pacífico ha reducido su tasa casi a la mitad desde 2000, pero aún suma una gran mayoría de los casos, con niños en trabajos agrícolas y manufactura. Por países, las violaciones graves están encabezadas por la República Democrática del Congo, Etiopía, Myanmar, Chad o Camboya. Pero es un problema demasiado presente aún…donde el cine ha sido testigo, tanto en películas de ficción como películas documentales. 

Ya en Cine y Pediatría hemos revisado algunas películas de ficción desde distintas nacionalidades: desde Italia, Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1946); desde Francia, Mouchette (Robert Bresson, 1967); desde Estados Unidos, En busca de Bobby Fisher (Steven Zaillian, 1993); desde Argentina, El Polaquito (Juan Carlos Desanzo, 2003); desde Alemania (pero ambientada en la India), Sombras del tiempo (Florian Gallenberger, 2004); desde Irán, Las tortugas también vuelan (Bahman Ghobadi, 2004); desde Reino Unido, Oliver (Roman Polanski, 2005); desde Brasil, Ángeles del sol (Rudi Lagemann, 2006); desde Estados Unidos, El triunfo de un sueño (August Rush) (Kirsten Sheridan, 2007); desde Reino Unido (pero ambientada en la India), Slumdog Millionaire (Danny Boyle, Loveleen Tandan, 2008); desde Paraguay, 7 cajas (Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, 2011); desde Reino Unido (pero ambientada en Brasil), Trash, ladrones de esperanzas (Stephen Daldry, Christian Duurvoort, 2014); desde Irán, Hijos del Sol (Majid Majidi, 2020). Pero hoy vamos a pasar al género documental, más directo y donde las imágenes hablan por sí mismo.              

Y hoy vamos a referirnos a la película documental mexicana Los herederos (Eugenio Polgovsky, 2008), cuyo director también es guionista y fotógrafo de este proyecto, que es un retrato de la lucha diaria por sobrevivir de diferentes comunidades rurales y familias mexicanas (de los estados de Guerrero, Nayarit, Oaxaca, Sinaloa, Puebla y Veracruz), donde los niños y niñas comienzan a trabajar desde pequeños (la mayoría escolares), crudas realidades que son reflejo de aquellas de sus ancestros, donde una generación tras otra permanece atrapada en un ciclo perpetuo de pobreza. 

Eugenio Polgovsky (1977-2017) fue un cineasta mexicano especializado en documentales que exploraban la vida rural, la pobreza y las tensiones entre naturaleza y civilización en México. Nacido en Ciudad de México, inició su carrera como fotógrafo autodidacta y estudió dirección y cinefotografía en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Polgovsky dirigió, fotografió y editó documentales observacionales sin narración, enfocados en realidades marginadas. Su ópera prima fue Trópico de Cáncer (2004), alrededor de la supervivencia en el desierto de San Luis Potosí, pero también incluye Mitote (2012), sobre diferentes viviencias en el Zócalo de Ciudad de México o Resurrección (2016), la historia de la desaparición de El salto de Juanacatlán, un lugar considerado antiguamente “las cataratas del Niágara mexicanas”, y que en las últimas décadas fue devastado por la contaminación industrial. Falleció joven en Londres y su hermana, Mara Polgovsky, compiló su obra en el libro "Eugenio Polgovsky: La poética de lo real", destacando su mirada poética y humanista. Sus filmes generaron debates en importantes festivales de cine alrededor del trabajo infantil y la pobreza. Y una buena muestra de ello es Los herederos. 

Empieza con un fundido en negro bajo el sonido de una nana en un idioma indígena: “Que no despierte mi pequeñito, que no despierte mi dulce sueño…”. Ahí comienzan tres años de rodaje cámara en mano condensados en 90 minutos de un retrato del trabajo infantil sin diálogos, sin narración ni entrevistas y que nos traslada a la vida cotidiana de niños y niñas en ocho zonas agrícolas y montañosas de México. Muestra a estos menores trabajando desde edades tempranas en tareas como cosechar y arar el campo, recoger tomates, maíz, pimientos o judías verdes, pastorear, tejer, fabricar ladrillos, cortar leña, cocinar, cuidar hermanos o tallar alebrijes (estas artesanías principalmente de Oaxaca que combinan elementos de animales reales e imaginarios, pintadas con colores vibrantes y alegres, y que actúan como amuletos frente a los malos espíritus). Algunas veces trabajan solos, otras acompañados de adultos. Trabajan sin cesar, con ahínco, creen en lo que hacen y por qué lo hacen: por sobrevivir. Apenas hablan, solo trabajan, cada uno su función, sin protestar, sin una pizca de procrastinación (esa lacra de nuestra sociedad del Primer Mundo, donde tenemos de todo y en exceso). 

El filme sigue el ritmo implacable de sus jornadas laborales, desde el amanecer hasta el agotamiento, capturando momentos de esfuerzo físico intenso sin caer en la victimización explícita. Los niños y niñas aparecen como seres curiosos, alegres y diligentes, interactuando con la naturaleza y sus familias en un México profundo marcado por la ausencia de escuela y oportunidades. Un trabajo generalmente sin horario… para salir adelante de la pobreza. Al final, llega la noche y festejan, bailan y juegan como niños y niñas, como debiera ser… pero no es. 

En Los herederos confirmamos que el trabajo infantil es normalizado en contextos rurales, allí donde la dignidad humana persiste en la adversidad, mostrando resiliencia y afecto familiar más allá de la compasión externa. Y esta obra genera debate sobre explotación infantil al dignificar sin moralismo, cuestionando discursos institucionales y preconcepciones urbanas sobre el campo. Y nos invita a reflexionar sobre responsabilidad social, políticas educativas y económicas para romper ciclos de desigualdad, posicionándose como memoria cinematográfica junto a clásicos que también causaron desasosiego y enfado en la sociedad mexicana muchos años antes, como Los olvidados (Luis Buñuel, 1950).  

No confundir este título con otras películas con similar título, Los herederos, bien como título original o traducido al español. Y aquí encontramos una película argentina (dirigida por David Stivelen 1970), una película austríaca (dirigida por Stefan Ruzowitzky en 1998), otra película mexicana (dirigida por Jorge Hernández Aldana en 2015) y una película mexicana (dirigida por Pablo de la Barra en 2024), todas con igual título, pero muy diferentes argumentos. Porque solo es en nuestra película de hoy de Eugenio Polgovsky, testigo silencioso de una cruda realidad, es donde estos herederos no heredaran la tierra…

 

miércoles, 17 de diciembre de 2025

Terapia cinematográfica (18). Prescribir películas para entender la transexualidad en la infancia y adolescencia


La transexualidad, entendida como la disonancia entre la identidad de género de una persona y el sexo que le fue asignado al nacer, es un tema complejo que ha ganado visibilidad y comprensión en las últimas décadas. No se trata de una elección o una enfermedad mental, sino de una parte intrínseca de la identidad de una persona. La OMS dejó de considerarla un trastorno mental en 2018, reclasificándola bajo "condiciones relacionadas con la salud sexual". Las personas transexuales no se identifican con su sexo biológico, y desean vivir y ser aceptadas como miembros del sexo opuesto. Cuando ello se acompaña de angustia, ansiedad y malestar, se habla de disforia de género (para reconocer la angustia que puede causar la incongruencia) como una condición médica que requiere atención, no un problema psicológico. 

El proceso de las personas trans es un camino personal y, a menudo, conflictivo, marcado por una significativa presión social, estigmatización, discriminación y, en muchos casos, violencia. Esto puede generar graves problemas de salud mental como depresión, ansiedad, autolesiones e ideación suicida. El apoyo familiar y social juega un papel crucial en la mitigación de estos riesgos. 

Y también debe ser bien entendido por la Pediatría y los pediatras, pues es un camino que muchas veces comienza ya en la infancia y adolescencia. La Guía para la atención del adolescente LGBTI publicada por Academia Americana de Pediatría en el año 2013 ya recomendaba tres puntos razonables: 1) que los pediatras sean receptivos y den la bienvenida a todos los jóvenes, independientemente de su orientación sexual; 2) que los pediatras conozcan y estén disponibles para responder preguntas y corregir la información errónea acerca de ser lesbiana, gay, bisexual, travesti, transexual, transgénero o intersexual; 3) que los pediatras se familiaricen con las organizaciones locales y nacionales que sirven a los jóvenes de minorías sexuales y sus familias. 

Históricamente, el cine ha perpetuado estereotipos negativos y, en el mejor de los casos, ha relegado a los personajes trans a un segundo plano. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha observado un cambio significativo hacia representaciones más matizadas, auténticas y protagonizadas por personas trans. El objetivo final es normalizar la identidad trans y mostrarla como lo que es: una parte natural y digna de la experiencia humana, más allá del drama, la tragedia o la patología. 

Y este mismo recorrido hoy lo vamos a realizar a través de aquellas películas sobre la transexualidad donde la infancia y adolescencia tienen un especial protagonismo. Y desde esta sección de Terapia cinematográfica hoy recogemos 7 películas argumentales alrededor de la transexualidad en la infancia y adolescencia. Estas películas son, por orden cronológico de estreno: 

- Boys Don´t Cry (Kimberly Peirce, 1999), para reivindicar el respeto a las personas transgénero y no tener que llorar por la transfobia. 

- 3 generaciones (About Ray (3 Generations), Gaby Dellal, 2015), para reconocer (y respetar) el arco iris entre las distintas generaciones familiares. 

- Girl (Lukas Dhont, 2018), para entender que el cuerpo puede ser la cárcel en el proceso de tránsito, y brotan heridas. 

- Lola (Lola vers la mer, Laurent Micheli, 2019), para comprender la importancia de la superación de prejuicios y la reconciliación familiar en la transexualidad de un hijo o hija. 

- Una niña (Petite fille, Sébastien Lifshitz, 2020), para entender el amor incondicional de una familia que lucha por la felicidad de su hija trans desde su infancia. 

- Gabi, de los 8 a los 13 años (Gabi, 8 till 13 år, Engeli Broberg, 2021), para viajar de la infancia a la adolescencia, de la transición a la aceptación. 

- 20.000 especies de abejas (Estibaliz Urresola Solaguren, 2023) , para abrazar la luminosidad de la infancia trans en la compresión de la identidad de género. 

Siete películas argumentales para entender la transexualidad y favorecer el camino de transición desde la infancia y adolescencia, un aspecto sobre el que se ha avanzado mucho, pero donde aún resta mucho por caminar. 

Se puede revisar el artículo completo en este enlace o en este otro. 

lunes, 15 de diciembre de 2025

Lectura crítica (II): Aplicación en artículos científicos sobre intervenciones terapéuticas, revisiones sistemáticas y metanálisis


Siguiendo con los artículos encargados por Anales de Pediatría al Comité de Pediatría Basada en la Evidencia de la AEP-AEPap hoy compartimos el titulado “Lectura crítica (II): Aplicación en artículos científicos sobre intervenciones terapéuticas, revisiones sistemáticas y metanálisis”, un artículo que aborda la metodología para la lectura crítica de estudios relacionados con ensayos clínicos y revisiones sistemáticas (y metanálisis), estudios que, cuando están bien diseñados y ejecutados, proporcionan la mejor evidencia para la toma de decisiones clínicas. El artículo completo se puede revisar en este enlace.  

Los ensayos clínicos son la fuente primaria para evaluar intervenciones terapéuticas y las revisiones sistemáticas (con o sin metanálisis) analizan y sintetizan los estudios de calidad para responder a una pregunta clínica específica. Para evaluar su validez, es fundamental que pretendan responder a una pregunta concreta en cuanto a población, intervención y resultados que se van a evaluar y que en su desarrollo, desde el diseño hasta la publicación, se elimine al máximo el riesgo de sesgos. En este artículo se abordan los pasos para analizar si un ensayo clínico o una revisión sistemática cumple los criterios para que sus resultados sean fiables (validez). Una vez confirmado este hecho, debemos analizar tanto su magnitud como su relevancia clínica, así como la aplicabilidad en nuestros pacientes concretos. 

Y con este artículo finalizamos la publicación de los seis que componen el monográfico de Anales de Pediatría titulado Metodología para la investigación y publicación científica en pediatría.  

Para cualquier ampliación sobre estos temas u otros relacionados con la medicina basada en la evidencia (o en pruebas científicas), cabe consultar el libro que publicamos desde el Comité de Pediatría Basada en la Evidencia, bajo el título de “Medicina basada en la evidencia” y con el subtítulo de “Lo que siempre quiso saber sobre la evidencia aplicada a la práctica clínica sin morir en el intento”. Y cuya consulta es gratuita en a través del enlace a su libro electrónico